Aral. El mar perdido

El proceso de desecación del Mar de Aral es uno de los mayores desastres ecológicos de la historia.

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El Documental

El proceso de desecación del Mar de Aral es uno de los mayores desastres ecológicos de la historia. Entre 1954 y 1960, el gobierno de la antigua URSS, con la intención de cultivar algodón en la región, ordenó la construcción de un canal de 500 km de longitud que tomaría un tercio del agua del río Amu Daria para una enorme extensión de tierra irrigada. La necesidad cada vez mayor de agua, debida a la mala gestión de su transporte y a la falta de previsión y eficiencia del riego, supuso tomar agua de más ríos que desembocaban en el Mar de Aral.

Por ello, en los años ochenta, el agua que llegaba a puerto era tan sólo un 10% del caudal de 1960 y el Mar de Aral empezó un proceso de desecación. En consecuencia, el Mar de Aral ocupa actualmente la mitad de su superficie original y su volumen se ha visto reducido a una cuarta parte, el 95% de los embalses y humedales cercanos se han convertido en desiertos y más de 50 lagos de los deltas, con una superficie de 60.000 hectáreas, se han secado.

En lo que respecta al clima, esta desecación ha eliminado el efecto de amortiguador que ejercía la zona en su entorno, por lo que los inviernos y los veranos se han hecho más duros, con el consiguiente aumento de sequías graves. La acción del viento ha desplazado toneladas de arena salinizada, que procede del fondo de la zona desecada, a una distancia de hasta 200 km, lo que ha agravado drásticamente la situación. Para colmo, el uso indiscriminado de fertilizantes y pesticidas contaminó el aire y las aguas freáticas.

El objetivo soviético de que el agua tuviera una salinidad cuatro veces superior al límite establecido por la OMS redujo el nivel de las aguas freáticas de 53 a 36 metros, lo que a su vez causó graves problemas con el suministro de agua potable. Las consecuencias para la salud de la población también han sido muy graves. La región registra la tasa de mortalidad infantil más alta de toda la antigua URSS. La bronquitis crónica ha aumentado un 3000% y la artritis un 6000%. En la región uzbeka de Karakalpakstán las mujeres padecen una pandemia de anemia y el 97% presentan niveles de hemoglobina inferiores a los 110 gramos por litro de sangre que fija la OMS. Los expertos señalan que ello se debe al consumo de agua estancada que contiene zinc y magnesio. En la misma zona de Uzbekistán, de 1981 a 1987, el cáncer de hígado ha aumentado un 200%, el de garganta un 25% y la mortalidad infantil un 20%. Asimismo, los casos de hepatitis, enfermedades respiratorias, de los ojos e infecciones intestinales en la región son siete veces superiores que en 1960.

Todo esto se desencadenó en un periodo de tiempo relativamente breve y lo más dramático de todo es que ocurrió con un desconocimiento internacional casi absoluto. En 2003, unas imágenes por satélite de la NASA mostraron la verdadera envergadura del desastre y lo que muchos científicos ya habían anunciado. Ahora la opinión mundial se está movilizando y estamos empezando a conocer la verdadera dimensión actual de este desastre humano.
En enero de 1994, Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Kirguistán firmaron un acuerdo de compromiso asignando el 1% de sus presupuestos a contribuir a la recuperación del mar. Sin embargo, la cooperación entre estos países ha sido mínima. Hoy en día, la zona norte del Mar de Aral se está recuperando ligeramente, gracias al dique Kokaral que construyó el gobierno kazajo para retener el agua que normalmente fluiría hacia el mar en territorio uzbeko.

Actualmente hay varios proyectos previstos, de costes y eficiencia inciertos, y por el momento las acciones que realmente se están llevando a cabo se dedican a ayudar a la población afectada, ya que muchas ONG han iniciado en la zona campañas coordinadas respetuosamente. Uno de los aspectos más interesantes de los posibles procesos de recuperación es que es necesario que los antiguos países soviéticos denuncien los errores que cometieron y revelen el profundo impacto psicosocial de un desastre que se produjo en apenas el tiempo de un relevo generacional.