¿La ciudad regenerativa es posible?

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¿Pueden París, Madrid, Barcelona, Nueva Delhi… convertirse en ciudades que regeneren tantos recursos como consumen? Es una exigencia muy alta, utópica según muchos, pero desde la perspectiva del agua tenemos que empezar a pensar en hacerla posible o por lo menos aproximarnos a ella. Tenemos que aproximarnos al concepto de reutilización, y en muchos casos el tiempo nos apremia.

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Las ciudades son enormes consumidores de recursos en el más puro estilo de la economía lineal: producir, usar y tirar. Es como las hemos concebido hasta ahora y así se han convertido en imponentes focos de contaminación y sobreexplotación de recursos. La masa urbana, que ocupa casi el 4% de la Tierra, es la responsable del 75 % de las emisiones de CO2, consume el 13 % del agua potable y genera enormes cantidades de todo tipo de residuos sólidos. No hace falta que lo señalen las resoluciones de la COP 21, ni que advierta de ello ONU Habitat: es evidente que si queremos invertir el proceso de degradación de nuestro planeta tenemos que cambiar el modelo de ciudad.

En el artículo El agua salvará nuestras ciudades, apuntábamos el modelo de “ciudad regenerativa” como una tendencia arraigada en el urbanismo y la arquitectura moderna: que las ciudades generen tantos recursos como consumen. Pero los habitantes de las grandes urbes somos pesimistas ¿Es posible una ciudad así? El arquitecto Alberto Kalach, creador de uno de los proyectos urbanísticos más ambiciosos en este sentido es el de México, Ciudad Lacustre cree que sí:

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Un modelo vital y optimista

El concepto de ciudad regenerativa es optimista. Se inspiró en la filosofía de “vitalismo urbano” de la legendaria urbanista Jane Jacobs, quien sostenía que las ciudades tienen que desarrollar su vitalidad interior para “encontrar las semillas de su propia regeneración”. Desde su nacimiento en 2007, el World Future Council, abogó por el concepto de ciudad regenerativa, que ha sido refrendado por ONU Habitat: una ciudad regenerativa beneficiaría al medio ambiente y a los ecosistemas naturales, impulsando la economía local, y mejorando la cohesión y la vida cultural de sus barrios. Una ciudad así mantendría su capacidad de renovación de forma constante y automática siendo un vector de prosperidad y una herramienta imprescindible para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y luchar contra el cambio climático.

¿Puede un conglomerado urbano tal como lo conocemos convertirse en este lugar maravilloso? En primer lugar, el cambio de modelo debería apuntar de un modo radical a la transición de una economía lineal a una circular: “reducir, reutilizar y reciclar”, en vez de usar los recursos naturales para generar toneladas de residuos en un sistema de entrada-salida lineal. Las emisiones de gases podrían eliminarse utilizando las energías renovables para la industria y la automoción, y para ello sería preciso una actuación administrativa a favor del uso rentable de la energía solar y la eólica. La acción directa de la ciudadanía sería imprescindible para garantizar el reciclaje de los residuos sólidos, y debería ir acompañada de sistemas productivos circulares que implicasen a las empresas. Respecto al agua la cuestión es muy distinta, pero ya se han dado los primeros pasos hacia un modelo de reutilización; la crisis del agua y el cambio climático nos han abocado a ello.

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Depurar no es regenerar

En las décadas de 1970 y 80, la crisis del agua en las ciudades estalló a causa principalmente de la contaminación. El acelerado y descontrolado crecimiento de las urbes originó un letal incremento de los vertidos de aguas grises y negras a ríos y mares. Las depuradoras de última generación han acabado con la parte más grave del problema, pero han puesto en evidencia otro: el agua no puede considerarse ya como un bien renovable en todas las ciudades, especialmente las que se encuentran en zonas de estrés hídrico que son en muchos casos las que más incremento demográfico han tenido.

En España, el reciclaje del agua ya se ha introducido en ciudades como Madrid y Barcelona, que reutilizan parte de su agua para usos secundarios, como el riego de jardines y baldeo de calles principalmente, pero el problema es complejo. Las grandes ciudades se abastecen del agua generalmente proveniente de un río que ya ha recibido agua depurada, esta agua se tiene que potabilizar para uso humano, tras el cual se vuelve a verter a otro río tras otro proceso de depuración. Como comenta Damià Barceló, director del Instituto Catalán de Investigación del Agua, “un ciudadano de Ámsterdam, tiene un agua en su grifo que ha pasado por unas 15 o 16 depuraciones en las ciudades de aguas arriba del Rin”.

Este sistema obliga a una tecnología de depuración que debe avanzar constantemente para evitar la contaminación emergente y en algunos casos, como el de las ciudades que tienen una previsión de problemas de suministro en el futuro, es a la larga insostenible.

Las ciudades no están solas

Otro problema que tiene la aplicación del modelo de ciudad regenerativa a las grandes ciudades actuales es que muchas veces éstas no pueden considerarse aisladamente, pues el desequilibrio medioambiental que producen se ve multiplicado por el de núcleos urbanos adyacentes con los que comparten recursos y también, lógicamente, deshechos. Un ejemplo típico es el de Barcelona, que es una ciudad rodeada de ciudades que configuran una zona metropolitana que devora recursos hídricos de diferente origen y disponibilidad, y que se encuentra amenazada por un futuro incierto en cuanto a disponibilidad de agua. En este caso, la depuradora del Prat de Llobregat, que lleva con la del Besós el peso de la depuración de las aguas de Barcelona, es de última generación y tiene una capacidad 2.600.000 m3; pero a la hora de considerar el volumen de agua depurada vertida al mar en la costa barcelonesa hay que tener en cuenta, además, las 24 plantas de tratamiento de aguas residuales en la cuenca del río Besós, una de las más industrializadas de España, que tratan más de 840.000 m3 de agua al día antes de verterla al mar.

Casos similares son los de las cuencas hidrográficas que afectan Madrid, Valencia y Sevilla, y en otras muchas ciudades del mundo: hay mucho más que considerar más allá del propio núcleo urbano y en el caso del agua hay que añadir las diferentes estructuras de gestión que existen en las administraciones municipales – privadas, públicas y mixtas – por lo que nos encontramos con que la aplicación del modelo regenerativo es muy compleja.

En la jornada de debate Smart Water, Smart Cities organizado por la Fundación We Are Water en el salón iWater de Barcelona, Santiago González, CEO del gabinete de arquitectura Naos afirmaba que tardaremos mucho en tener una ciudad sostenible en gestión de agua:

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La naturaleza es la esperanza

También en el mismo debate, Carmen Sarmiento, responsable de Desarrollo Sostenible de OHL Desarrollos, la promotora que ha creado el proyecto Ciudad Mayakoba, explicaba como los destinos turísticos modernos se diseñan ya aproximándose a un modelo regenerativo.

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La escala es muy distinta y puede llevarnos a engaño, pues es posible, por ejemplo, concebir un sistema de desalinización de agua de mar alimentado por energías renovables para abastecer un resort turístico o una pequeña urbanización, pero plantearse la desalación a gran escala de urbes de millones de habitantes es otra cosa.

Por otra parte, la desalación nos aboca de nuevo al modelo de economía lineal. Producir agua potable para volver a tirarla no es la solución, como afirma Juan Mateo Horrach, experto en gestión de residuos y reutilización del agua, al citar en su blog de iAgua el caso de la isla de Mallorca,: “Es cierto que disponemos del recurso de la desalación, que permite producir agua de calidad a partir del agua del mar, si bien a un coste de producción superior al euro por metro cúbico de agua y un consumo energético importante. Pero ello es un claro ejemplo de economía lineal. Obtenemos un recurso necesario mediante un proceso productivo, y cuando lo hemos utilizado, lo lanzamos al mar o al medio, más o menos tratado para evitar graves problemas de contaminación, gastando para ello cerca de otro euro por metro cúbico, obviando su posible aprovechamiento, para tener que seguir produciendo agua procedente del mar”.

Horrach señala otras vías, como las que implican el uso del poder regenerativo de la naturaleza para lograr agua apta para el consumo humano: “Ello implica un buen tratamiento de depuración, un proceso de filtración, desinfección, y una infiltración a través del terreno al acuífero que, tras un periodo mínimo de residencia de varios meses, permite asegurar una calidad de agua potable”. Y cita la experiencia en este sentido que se ha llevado a cabo en el municipio gerundense de Port de la Selva, con muy buenos resultados. La escala aquí también es reducida pero las perspectivas que se abren son esperanzadoras y enormes.

La ciudad regenerativa es pues un modelo de compleja implementación, sobre todo si pensamos a escala de Nueva Delhi, Madrid o Ciudad de México, pero establece una referencia a seguir para que la gran costra urbana empiece a cambiar. Un cambio que no sólo lo necesita la sostenibilidad del planeta, sino la vida digna y justa de los que sufren lo peor de la vida en la ciudad.