La lucha por reducir los gases de efecto invernadero (GEI) y frenar la pérdida de biodiversidad atraviesa un momento de incertidumbre. El objetivo del Acuerdo de París —limitar el calentamiento global a 1,5 °C— parece cada vez más difícil de alcanzar. Sin embargo, en medio de esta crisis climática, el agua —durante años inexplicablemente relegada en las cumbres climáticas— ha comenzado a ocupar el papel estratégico que le corresponde. A partir de la COP26 en Glasgow, en 2021, la creación del Water Pavilion marcó un punto de inflexión. Desde entonces, ha ido ganando relevancia en las Conferencias de las Partes, convirtiéndose en una de las principales plataformas para integrar el ciclo del agua en las estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático.
El agua no solo sufre los efectos del calentamiento global, también puede desempeñar un papel activo en su mitigación. © Said Alshukaili /WMO
En las dos últimas COP, desde la Fundación colaboramos con el Stockholm International Water Institute (SIWI) y la Alliance for Global Water Adaptation (AGWA) en el diseño de los contenidos de la plataforma, partiendo de una convicción respaldada por la evidencia científica de que frenar el calentamiento global exige mucho más que reducir emisiones: sin una gestión hídrica eficaz, no hay futuro climático posible.
La lucha por reducir los gases de efecto invernadero (GEI) y frenar la pérdida de biodiversidad atraviesa un momento de incertidumbre. © Tino Álvarez
Más allá de la adaptación: mitigación activa
En este contexto, el SIWI ha lanzado un nuevo llamamiento para dar un paso decisivo hacia un cambio de paradigma: abandonar la visión del agua como un recurso pasivo —una mera víctima del cambio climático, relegada a las estrategias de adaptación—, y reconocerla como un agente activo en la lucha por la mitigación.
Tiene pleno sentido. El agua atraviesa todos los sectores esenciales para la actividad humana: energía, agricultura, ecosistemas, ciudades… No se puede avanzar hacia la neutralidad climática sin tener en cuenta el ciclo del agua y su disponibilidad. Se necesita una gestión hídrica inteligente, transversal y coordinada, capaz de integrarse en todos los niveles de la acción climática.
Este enfoque fue ampliamente compartido durante la Semana Mundial del Agua, celebrada el pasado agosto en Estocolmo, en la que tuvimos la oportunidad de participar. Allí, el SIWI reafirmó los principios recogidos en el informe Unpacking Freshwater’s Role in Climate Change Mitigation, un documento clave que sintetiza la evidencia científica y pone el foco en interrelaciones entre agua y mitigación climática que siguen poco visibilizadas, tanto en la agenda política como en la opinión pública.
Cinco claves para cambiar el paradigma
En el documento se explican cinco planteamientos clave para cambiar la forma de pensar el agua:
- El agua es un factor decisivo para la eficacia de las energías renovables
Ya abordamos en este artículo que la creciente presión sobre los recursos hídricos nos obliga a replantear el uso energético en el sector del agua. Muchas tecnologías limpias no son inocuas desde el punto de vista hídrico. Por ejemplo, la bioenergía con captura de carbono (BECCS), vista como una opción clave para alcanzar el cero neto, requiere grandes volúmenes de agua para riego y procesamiento, lo que puede generar conflictos en regiones con escasez hídrica. Incluso fuentes como la geotermia, la solar térmica o la nuclear, necesitan agua para sus sistemas de enfriamiento, por lo que su viabilidad climática debe incluir un análisis profundo del impacto hídrico. - El saneamiento es una fuente silenciosa de gases de efecto invernadero que debe minimizarse
Las investigaciones sobre el proceso del cambio climático han proporcionado recientemente nuevos datos que desvelan la importante contribución que las mejoras en saneamiento pueden aportar a la lucha contra el calentamiento atmosférico. Se estima que el tratamiento de las aguas residuales representa por lo menos el 5 % de las emisiones mundiales de metano, y nuevos estudios revelan una alta presencia de metano, dióxido de carbono (CO₂) y óxido nitroso (N₂O) en los sistemas de tratamiento que se utilizan ampliamente en los países de economías más débiles. Por ejemplo, en una investigación se reveló que en Kampala, la capital de Uganda, el sector del saneamiento genera 189 kilotoneladas de CO2 equivalente al año.Como expusimos en este artículo, estas emisiones provienen en gran medida de la digestión anaeróbica en las letrinas de pozo y los tanques sépticos que no se limpian adecuadamente, y de las plantas de tratamiento de aguas residuales donde no se captura el metano. Estas acciones son una vía efectiva y poco explorada de mitigación climática.
- Los ecosistemas acuáticos pueden ser aliados… o amenazas
Los humedales, manglares, turberas y lagos saludables son importantes sumideros de carbono. Por ejemplo, los manglares pueden almacenar hasta 4 veces más carbono por hectárea que los bosques tropicales. Sin embargo, cuando estos ecosistemas se degradan por urbanización, contaminación o drenaje, se convierten en fuentes netas de emisiones, liberando el carbono almacenado durante siglos. Conservar y restaurar estos entornos es doblemente valioso: protege el agua y estabiliza el clima.Especial relevancia han adquirido recientemente las turberas del norte (como en Siberia, Canadá o Alaska) que están situadas sobre el permafrost, que al derretirse comienza a descomponerse, liberando dióxido de carbono (CO₂) y, en zonas anegadas, metano (CH₄). Esto convierte a estas turberas congeladas en una potencial fuente de gases de efecto invernadero, en lugar de un sumidero, lo que genera un bucle de retroalimentación climática: el calentamiento libera más gases → lo que genera más calentamiento.
- Las soluciones basadas en la naturaleza ofrecen beneficios cruzados
Fue uno de las principales temas que tratamos en la pasada COP 16: necesitamos una economía basada en la naturaleza, una economía regenerativa que ayude verdaderamente a las comunidades que más lo necesitan, especialmente a las indígenas que son las que están, en muchos casos, al cuidado y preservación de la biodiversidad.
Restaurar ríos, humedales y cuencas no solo mejora la calidad y disponibilidad del agua, sino que también aumenta la captura de carbono y refuerza la resiliencia climática de los territorios. Este enfoque, centrado en trabajar con los procesos naturales, ofrece un enorme potencial de mitigación a bajo coste, especialmente en contextos rurales y vulnerables.
- El cambio climático debilita la capacidad de los ecosistemas para mitigar
El ciclo del agua alterado por el cambio climático —a través de sequías prolongadas, lluvias erráticas o deforestación— compromete gravemente la capacidad de los ecosistemas para actuar como sumideros de carbono. Si no se preserva el equilibrio hídrico, incluso los sistemas más eficientemente diseñados para capturar carbono pueden perder esa capacidad e incluso volverse emisores netos.
El mensaje es claro: la gestión del agua no puede quedar al margen de la lucha contra el cambio climático. Si queremos que las estrategias de mitigación sean eficaces y sostenibles, deben ser también “hidrosensibles”. Esto implica cambios profundos en la gobernanza, el diseño de políticas públicas, la planificación territorial y la inversión en tecnologías y soluciones basadas en la naturaleza.
La neutralidad climática será inalcanzable si no se coloca el agua en el centro de las decisiones. Como afirma el propio informe del SIWI: “El agua es la gota esencial para alcanzar el cero neto”. Debemos integrar el agua en las políticas climáticas, para ganar eficacia y resiliencia.
El ciclo del agua alterado por el cambio climático —a través de sequías prolongadas, lluvias erráticas o deforestación— compromete gravemente la capacidad de los ecosistemas para actuar como sumideros de carbono. © Elżbieta Michta/pixabay