La mayoría no somos conscientes de que el vapor de agua es el gas de efecto invernadero (GEI) más abundante en la atmósfera. Al no estar directamente vinculado a la quema de combustibles, rara vez se le asocia con la actividad humana, a diferencia del dióxido de carbono (CO₂) y el metano (CH₄), los GEI más conocidos. El CO₂ se libera principalmente por la quema de combustibles fósiles, mientras que el metano proviene en su mayor parte de actividades como la ganadería, los vertederos, el cultivo de arroz y las fugas durante la extracción y el transporte de gas y petróleo.
Sin embargo, el origen del vapor de agua en la atmósfera está en la evaporación del agua, principalmente de los océanos, como resultado del calor. De este modo, forma parte de una de las fases esenciales del ciclo del agua planetario: evaporación, condensación y precipitación.
Imágenes simuladas del ECMWF que muestran cómo se distribuye el vapor de agua en las capas altas de la atmósfera en la zona del continente africano, tal como lo vería un satélite. Ayudan a prever fenómenos como tormentas o ciclones, al mostrar zonas de inestabilidad y movimiento del aire hasta con diez días de antelación. Podéis consultar el catálogo de simulaciones del vapor de agua en la atmósfera aquí. © ECMWF
A más calor, más vapor
En la atmósfera, el vapor de agua actúa como los demás gases de efecto invernadero —como el CO₂ y el CH₄— al impedir que el calor escape al espacio. Esto genera un fenómeno de retroalimentación positiva: cuanto más calor, mayor evaporación; y cuanto más vapor, más capacidad de retener ese calor. Es decir, el calentamiento induce más humedad, y esta humedad intensifica el calentamiento.
En el mar se encuentra el 96,5 % de toda el agua del planeta, unos 1.338 millones de km3. En cambio, el agua presente en la atmósfera ocupa apenas unos 12.900 km³, lo que representa solo el 0,001 % del total. Es una proporción ínfima, pero tiene un papel crucial: más allá de determinar el régimen de precipitaciones, el vapor de agua, junto con la temperatura del aire, regula el equilibrio energético de la atmósfera.
A escala planetaria, el ciclo del agua puede parecer minúsculo; sin embargo, a escala de la biosfera —la delgada capa de la atmósfera donde se desarrolla la vida—, es el eje que la sostiene. Por ello, cualquier variación en la distribución del vapor de agua puede provocar alteraciones en el ciclo y efectos profundos sobre los fenómenos climáticos: sequías, inundaciones, huracanes, tifones o el deshielo en las regiones polares.
El calentamiento del mar, factor determinante de fenómenos extremos
A mares más cálidos, más vapor de agua; y los mares se están calentando de forma sostenida. Un efecto clave del calentamiento ha sido que la mayor parte de la energía añadida al sistema climático se acumula en las aguas del mar. Se estima que los océanos absorben alrededor del 89 % del exceso de calor del aire, lo que provoca un aumento de su temperatura y la dilatación térmica de sus masas de agua, un fenómeno que ya se manifiesta desde hace años en la subida del nivel del mar.
En 2024, la temperatura media de la superficie oceánica alcanzó un máximo histórico: 20,87 °C, es decir, 0,51 °C por encima del promedio de 1991–2020. Este calentamiento ha causado un aumento significativo del vapor de agua en la atmósfera y una redistribución desigual de la humedad a escala planetaria.
Según el Servicio Climático de Copernicus, 2024 fue el más cálido desde que se tienen registros, y vino acompañado de un 5 % más de vapor de agua atmosférico respecto al promedio de referencia. Este aumento no es un simple dato: es un acelerador de eventos extremos, y 2024 ha sido un año devastador.
Las lluvias extremas se intensificaron. La DANA que afectó Valencia, con 228 muertes, y las devastadoras inundaciones en los barrios marginales de Kibera, Mathare y Mukuruque, de Nairobi, la capital de Kenia, dejaron al menos 188 muertos y cerca de 200.000 personas desplazadas.
Por otra parte, olas de calor sin precedentes golpearon varias regiones del planeta. En India y Pakistán se alcanzaron 50 °C en Shaheed Benazirabad, superando en 8,5 °C la media habitual. En Nueva Delhi se registraron temperaturas de hasta 49 °C, una de las olas de calor más prolongadas en su historia. En abril, Tailandia, Vietnam y Filipinas alcanzaron hasta 38,8 °C. En Europa, Grecia y Turquía superaron los 43 °C y 44 °C desde junio. Durante el Hajj, en La Meca, las temperaturas llegaron a 49 °C, contribuyendo a la muerte de más de 1.300 peregrinos. Incluso la Antártida, en julio, experimentó una ola de calor invernal sin precedentes, con temperaturas hasta 28 °C por encima de la media estacional.
Este aumento de temperatura no es una anomalía puntual. Además del calentamiento de los océanos, está ligado a patrones más amplios, como el fenómeno de El Niño y la pérdida de hielo. Los científicos esperaban que con la llegada de La Niña se produjera un enfriamiento global, pero no se ha producido.
Cualquier variación en la distribución del vapor de agua puede provocar alteraciones en el ciclo y efectos profundos sobre los fenómenos climáticos. © Pok Rie /pexels
Medir para anticipar y mitigar
Más vapor en la atmósfera significa más energía disponible para que se formen lluvias intensas, tormentas destructivas y fenómenos extremos. La buena noticia es que entender el papel del vapor de agua ayuda a mejorar la predicción de eventos extremos y diseñar sistemas de alerta temprana más precisos.
Organismos como el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Medio Plazo (ECMWF, por sus siglas en inglés) que gestiona el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, o la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOOA, por sus siglas en inglés) de EE.UU, responsable del modelo GFS, lideran el monitoreo global de variables atmosféricas clave como el vapor de agua.
El servicio de Copernicus mantiene un portal de acceso público y gratuito donde cualquier persona —desde científicos hasta periodistas o ciudadanos— puede consultar y descargar datos climáticos, imágenes satelitales, mapas, proyecciones y análisis históricos.
La atmósfera está respondiendo a un nuevo equilibrio climático, en el que cada gota de humedad cuenta, y cada décima de grado transforma su comportamiento. En un contexto de crisis climática global, el acceso libre y riguroso a datos científicos es más importante que nunca. Necesitamos comprender las variables atmosféricas y medirlas con herramientas científicas fiables, desarrolladas por agencias con décadas de experiencia. La ciencia climática salva vidas y los científicos son los testimonios más fiables, confiar en ellos y apoyarlos es responsabilidad de los gobiernos, los medios de comunicación y de cada uno de nosotros.
A mares más cálidos, más vapor de agua; y los mares se están calentando de forma sostenida. Un efecto clave del calentamiento ha sido que la mayor parte de la energía añadida al sistema climático se acumula en las aguas del mar. © Sebastian Voortman/pexels