Lahares: la amenaza del agua bajo el volcán

© Tom Casadevall, USGS

En muchas erupciones volcánicas no sólo son letales la lava y los flujos de gases y detritos. El agua puede combinarse con ellos acelerando la fuerza y el alcance de la destrucción, creando los lahares. Es un fenómeno, a veces difícil de evaluar, que incrementa el riesgo de los más de 800 millones de personas que viven cerca de los volcanes. El cambio climático está alterando las estrategias de prevención de estos desastres.

Imagen We Are Water

© Gary Saldana on Unsplash

Los habitantes de las aldeas guatemaltecas del departamento de Escuintla están habituados a las explosiones del volcán de Fuego. Por ello, cuando en la madrugada del 3 de junio de 2018 la gran montaña rugió, no se alteró la vida cotidiana de los agricultores de esta región del sur de Guatemala. No hubo avisos de emergencia; quince días antes el volcán ya había lanzado humo por su cráter, algo también habitual. Cinco horas más tarde, antes del mediodía, se desencadenó una violenta erupción con una columna de humo de 10.000 metros de altura. A las cuatro de la tarde llegó el infierno en forma de los temidos flujos piroclásticos, también conocidos como”nubes ardientes”: una mezcla de gases, ceniza y rocas de distintos tamaños, que se desliza a una temperatura muy alta a nivel del suelo a muy alta velocidad. Más de 60 personas fallecieron calcinadas en pocos minutos y más 4.000 fueron evacuadas. La erupción fue catalogada como la más grande del volcán de Fuego desde 1974.

Tras la avalancha incandescente, las lluvias, intensas en esta época del año, arrastraron cenizas y rocas originando lo que se denominan “lahares”, avalanchas de barro y detritos volcánicos que arrasaron con todo lo que encontraron en el cauce de muchos ríos y arroyos de la falda de la montaña. Según la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres de Guatemala (CONRED), en total fueron más de 1,7 millones las personas afectadas tras el episodio. Los lahares destruyeron buena parte de las infraestructuras de suministro de agua quedando amplias zonas desabastecidas, en su mayor parte las más pobres. 

 

800 millones al alcance de los volcanes

La Fundación We Are Water colaboró con World Vision, en la reconstrucción de las instalaciones afectadas en Siquinalá, una de las poblaciones cuyo casco urbano se encuentra localizado en los cauces de desfogue de material residual volcánico, lo que la hace una zona altamente vulnerable a los lahares. El objetivo de la intervención fue restituir el suministro con instalaciones protegidas frente a los lahares, y también proporcionar a los habitantes sistemas alternativos de captación de agua que permitan garantizar su disponibilidad básica en casos de emergencia.

Es el modelo de intervención que se debe seguir para proteger a los más de 800 millones de personas que, según el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), viven en el mundo dentro de un perímetro de 100 kilómetros alrededor de los 1.500 volcanes activos en el planeta, una distancia que les coloca al alcance del impacto potencialmente mortal de las aproximadamente 60 erupciones que se registran de media en el mundo cada año.

Las zonas de mayor concentración de volcanes son el famoso Cinturón de Fuego del Pacífico y en Indonesia, país donde se estima que hay alrededor de 120 volcanes activos. El Cinturón de Fuego se extiende sobre 40.000 km rodeando el océano Pacífico y tiene 452 volcanes, algunos son los más activos del mundo.

Imagen We Are Water

Mapa del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) que muestra cómo la actividad volcánica (triángulos amarillos) está asociada a los terremotos (círculos). En el “cinturón de fuego” del Pacífico queda bien visible la formación de cordilleras y volcanes y seísmos a causa de la tectónica de placas, el movimiento y la colisión de las placas de la corteza terrestre.

 

Fuego y agua en una combinación letal

En contra de lo que popularmente se cree, la lava y los gases tóxicos, los elementos más espectaculares arrojados por el cráter de un volcán, son los que menos daño directo causan a personas y bienes; en realidad menos de 2% de las muertes en este tipo de desastres son por estas causas. La mortandad de origen volcánico se debe principalmente a los flujos piroclásticos y a los lahares.

 

Imagen We Are Water

El 19 de marzo de 1982, la erupción del volcán St. Helens generó un lahar que llegó a alcanzar los 80 kilómetros siguiendo el cauce de los ríos. En la foto se aprecia con claridad la fusión que provoca la lava y los flujos piroclásticos en la nieve y hielo que rodean el cráter. © Tom Casadevall, USGS

El poder destructivo de los flujos piroclásticos es enorme ya que pueden avanzar sobrepasando obstáculos, calcinando o soterrando bajo detritos la zona que atraviesan. Según el USGS los flujos piroclásticos han sido los responsables de unas 120.000 muertes en todo el mundo durante los últimos 500 años y de más de 30.000 sólo en el siglo XX.

Estas lluvias de fuego han constituido en el acervo popular uno de los iconos del Apocalipsis; sobre todo desde que en siglo XIX las excavaciones arqueológicas descubrieran los huecos de cuerpos humanos encontrados en trágicas posturas defensivas bajo capas de cenizas en las ruinas de Pompeya tras la erupción del Vesubio el 24 de agosto de 79 d.C. Los arqueólogos estiman que murieron unas 5.000 personas en pocos minutos en el que probablemente sea la erupción más antigua que esté documentada.

Cuando estos flujos se combinan con el agua incrementan su velocidad y alcance aumentando los riesgos en las zonas expuestas al aumentar su potencial destructivo. En 1929, la Geología acuñó el término lahar tras la erupción del volcán Kelut en Indonesia haciendo referencia a la palabra que utilizaban los nativos para nombrar a las riadas de fango mezclado con todo tipo de detritos que las lluvias ecuatoriales arrastraban tras las erupciones. Desde entonces el estudio de los lahares ha constituido un elemento esencial para evaluar los riesgos para la población expuesta a las erupciones volcánicas.

El agua del lahar puede provenir de la nieve o el hielo de la cumbre de la montaña, del agua embalsada en el cráter, de las capas freáticas fracturadas por la explosión o de la lluvia intensa posterior a la erupción. La nieve y el hielo, súbitamente derretidos por el calor de la lava o del flujo piroclástico, o el agua embalsada en el cráter y proyectada al exterior por la explosión, provocan avalanchas de agua que la acentuada inclinación del cono del cráter puede hacerlas alcanzar velocidades de 200 kilómetros por hora.

En el caso de la lluvia torrencial interviene un factor geológico que incrementa la incertidumbre: la cantidad de materia acumulada en el cono y las zonas adyacentes al cráter. Este material se compone principalmente de cenizas y rocas de variado tamaño, y por lo general está poco compactado y se asienta de forma muy inestable en el suelo, por lo que puede ser fácilmente arrastrado por el agua. Se crean así avenidas de dinámica muy similar a las de las riadas de cualquier episodio de lluvia torrencial.

Según expertos del Instituto de Geofísica, Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, los lahares son los responsables de al menos el 15 % de las muertes provocadas por fenómenos naturales entre los siglos XVII y XIX en la Tierra. Durante el siglo XX el número de muertes por estos eventos ascendió al 40 % sólo a causa de dos erupciones: la del volcán Kelud en Java, Indonesia, en 1919, con 5.000 víctimas; y la del Nevado Ruiz, en Colombia, en 1985, que sepultó bajo lodo y sedimentos la ciudad de Armero provocando más de 20.000 muertos, en el que se considera el peor desastre conocido debido a los lahares.

 

Los retos de la reducción de riesgos

La reducción del riesgo causado por las erupciones volcánicas es uno de los grandes retos de la protección civil de los países con más población expuesta. En la ecuación utilizada para evaluar los riesgos – Riesgo = Fenómeno peligroso + Exposición + Vulnerabilidad -, los volcanes muestran notables variaciones de una zona a otra.

Pese a los significativos avances de la vulcanología y a la constante monitorización, las erupciones volcánicas tienen todavía un grado de incertidumbre a largo plazo. Aunque algunas erupciones pueden ocurrir sin previo aviso, la mayor parte de los volcanes lanzan diversas advertencias antes que activan los protocolos de observación y alerta. Los vulcanólogos tratan siempre de predecir el grado de explosividad de la erupción que depende principalmente de la cantidad de gas disuelta en el magma; es el vapor de agua el que más contribuye, ya que está presente hasta en un 80 % del total del gas volcánico.

Sin embargo, en el caso de los lahares, la predicción del fenómeno depende de factores climáticos, meteorológicos, hidrológicos y geológicos. La capacidad destructiva del lahar depende de la cantidad de agua con la que el flujo piroclástico y la lava puedan mezclarse, de la masa de cenizas y rocas asentadas de forma inestable alrededor del cráter que puedan arrastrar, y de la velocidad que el torrente de lodo puede alcanzar ladera abajo.

Los glaciares y masas de nieve que existen en la cima de muchos volcanes dependen de su situación geográfica y su altura, y son factores determinantes de la intensidad del lahar que puede desencadenarse de forma inmediata a la erupción por la fusión debido al calor. En este sentido, paradójicamente, el cambio climático, con el notable descenso de la nieve y hielo acumulados en la mayor parte de los volcanes del mundo, están disminuyendo el riesgo de daños por lahares. Es el caso de los volcanes andinos de Sudamérica, como el temible Nevado Ruiz: en 2015, expertos de la Universidad Nacional de Colombia, al estudiar los riesgos de lahares, llegaron a la conclusión de que entre 2023 y 2030 los glaciares de la montaña podrían extinguirse. Con la disminución del fenómeno de fusión del hielo, el riesgo debido al fenómeno depende principalmente de la lluvia, por lo que las previsiones meteorológicas pasan a ser determinantes. El incremento de lluvias torrenciales previsto a causa del cambio climático en muchas zonas tropicales es un factor de riesgo a tener en cuenta en los planes de protección civil en estos países. 

 

Exposición y vulnerabilidad: el eterno problema de la pobreza

Imagen We Are Water

Mount Sinabung, Indonesia. © David Billings on Unsplash

Indonesia y Latinoamérica son las zonas donde los riesgos son mayores debido principalmente a dificultad para reducir los niveles de exposición y vulnerabilidad en muchas zonas volcánicas. Lo ocurrido en el caso del volcán de Fuego, en Guatemala, se repite con frecuencia en las erupciones volcánicas, que siguen la tónica del resto de desastres naturales, como terremotos e inundaciones: las construcciones más débiles y las instalaciones más precarias se dan entre los ciudadanos de rentas más bajas.

En términos generales, tanto ante el alto poder destructivo de los flujos piroclásticos y los lahares, para salvar la vida de las personas se debe proceder a la evacuación preventiva de la población expuesta. En los planes de evacuación, hasta ahora, la iniciativa que ha orientado todas las intervenciones es el programa del Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, 1990-2000, declarado por Naciones Unidas después del desastre del Nevado Ruiz. En la actualidad, es la Oficina de las Naciones Unidas para Reducción de Riesgo de Desastres (UNISDR por sus siglas en inglés) la coordinadora a nivel mundial. Una parte básica del programa es impulsar una cultura para la mitigación de los desastres naturales, ya que de poco sirve un plan de emergencia si este no se conoce y no es asumido por las personas amenazadas.

En cuanto a la reducción de la exposición muchos gobiernos tienen el problema de la fuente de riqueza que genera un volcán a su alrededor: sus sedimentos favorecen una agricultura fértil, son un atractivo turístico, proporcionan energía geotérmica, aguas termales y materiales para la construcción. Por ello, muchos volcanes, especialmente los que se encuentran en zonas deprimidas, son elementos desencadenantes de crecimiento demográfico a su alrededor lo que incrementa la exposición de personas y bienes, y por tanto el riesgo de catástrofe.

El desarrollo de metodologías para la estimación objetiva del riesgo, la divulgación científica a gran escala y la implementación de programas educativos para el conocimiento del territorio y sus peculiaridades físicas son factores imprescindibles para reducir la vulnerabilidad, y que incrementan la resiliencia posterior al desastre.

Imagen We Are Water

Volcano Nevado Ruiz, Colombia © ManuB.