Ni dulce ni salada. Una sola agua

Las acciones internacionales para cuidar los mares aún no han comenzado. Pese a que ahora más que nunca comprendemos su importancia, la reciente Conferencia de los Océanos de Nueva York no ha generado ningún acuerdo más allá de las declaraciones de buenas intenciones. Promover y divulgar la idea de pensar en una sola agua, independientemente de si esta es dulce o salada, es un paso necesario para desbloquear el nefasto marasmo internacional que perjudica a todos los ODS.

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El fracaso de la Conferencia sobre los Océanos, celebrada en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York el pasado agosto, ha aumentado la preocupación de la comunidad científica y del cada vez mayor segmento de la población mundial sobre el serio deterioro del agua del mar. No es que se esperaran grandes compromisos, pero ni los más pesimistas podían imaginar la total falta de acuerdos, tras dos semanas de intensas reuniones.

La conferencia de Nueva York fue el resultado de una reunión previa en junio en Lisboa, organizada por Portugal y Kenia. La conferencia fue auspiciada por la High Ambition Coalition (HAC), un foro político de alto nivel formado por 50 países miembros, entre los que se encuentran las principales potencias marítimas. 7.000 expertos de 142 países, debatieron la respuesta a la alarma lanzada por oceanógrafos y climatólogos sobre el notable deterioro de los océanos a causa del cambio climático y la contaminación.

Pese a que poco más se dijo, aparte de constatar la evidencia de los informes científicos y de la necesidad de llegar urgentemente a acuerdos internacionales para proteger los mares, la reunión de Lisboa fue esperanzadora al reconocer que el ODS 14, relativo a la salvaguarda de los océanos, estaba estrechamente ligado al ODS 6, que hace referencia al agua y el saneamiento. El lema lanzado por la Intergovernmental Oceanographic Commission (IOC) de la UNESCO en 2010, One planet, one ocean, tomaba cuerpo.

En Lisboa, la HAC anunció el objetivo de la Conferencia sobre los Océanos de Nueva York: lograr un Tratado Global del Océano que permitiera avanzar hacia el “objetivo 30×30″: la protección jurídica del 30% de los océanos para 2030.

Esto significa pasar del 3 %, oficialmente la superficie protegida, al 30% en 2030. Esto equivale a 11 millones de kilómetros cuadrados, el mínimo absoluto que los científicos consideran necesario para para frenar el deterioro, y que obliga a ponerse trabajar sin demoras. Aunque algunas fuentes más optimistas señalan que, en 2021, esta área ya llegaba al 8 %, no hay confianza entre los países económicamente más débiles en la forma en que se evalúan las mejoras y en el significado práctico de la protección que se plantea.

 

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Promover y divulgar la idea de pensar en una sola agua, independientemente de si esta es dulce o salada, es un paso necesario para desbloquear el nefasto marasmo internacional que perjudica a todos los ODS. © Sarah Lee-unsplash

¿Qué significa proteger el mar?

Estas últimas décadas hemos aprendido mucho sobre la importancia de los mares en la sostenibilidad planetaria. En el Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate, presentado en 2019 por el IPCC, los científicos alertan sobre los problemas más acuciantes de los océanos, y muestran tendencias futuras muy preocupantes, de las que aún sabemos poco sobre el alcance de sus consecuencias negativas, aunque es seguro que pondrán directamente en peligro el sustento y la seguridad alimentaria de miles de millones de personas.

En resumen, los océanos sufren las consecuencias del calentamiento atmosférico, la acidificación del agua y la contaminación principalmente debida a los vertidos de plástico y productos químicos provenientes de la agricultura e industria.

En esta lógica, la primera medida de protección es la reducción de gases de efecto invernadero (GEI), principales causantes del calentamiento del mar y de su acidificación por su absorción. La segunda entra de lleno en la contaminación que proviene de tierra en base a los vertidos de los ríos: fertilizantes y aguas residuales (entre el 80 y el 90 % de las aguas residuales del planeta no se tratan). La tercera debe contener la destrucción de la biodiversidad de hábitats clave, como los arrecifes de coral, los manglares y las praderas marinas, como las de posidonia. La cuarta, quizá la más controvertida, es evitar la sobrepesca, teniendo en cuenta las necesidades de los colectivos de pescadores artesanales y las de las pequeñas economías de los países menos potentes, que son los que más amenazados están por la subida del nivel del mar y por el deterioro de sus aguas.

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Los océanos sufren las consecuencias del calentamiento atmosférico, la acidificación del agua y la contaminación principalmente debida a los vertidos de plástico, entre otros. © Naja Bertolt Jensen- unsplash

Pasos a la acción con poco convencimiento

La preocupación por el océano ha ido últimamente a remolque de la lucha contra la mitigación del calentamiento atmosférico; especialmente después de la COP 21 de París y la inquietud desencadenada a raíz de la ambigüedad en los compromisos de las grandes potencias carboníferas y petroleras. En realidad, la primera Conferencia de los Océanos se realizó en junio de 2017 en Nueva York, en el contexto de la inquietud causada por la salida de EEUU de los acuerdos de París anunciada por la administración de Donald Trump. La comunidad científica señaló la falta de entusiasmo en llegar a alianzas que mostraron los participantes, pues la conferencia no tuvo ni numeración – no fue la “primera” – ni siquiera nombre propio – ya que se enunció sin mayúsculas. Los relativos fracasos de las siguientes COP no han ayudado a crear el convencimiento de la urgencia de las acciones.

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Una medida de protección de los océanos debe contener la destrucción de la biodiversidad de hábitats clave, como los arrecifes de coral, los manglares y las praderas marinas. © Francesco Ungaro – unsplash

¿Por qué fracasamos?

Un propósito fundamental de cualquier acuerdo oceánico es la regulación de los recursos genéticos marinos (MGR) en áreas más allá de jurisdicción nacional, incluida la forma de compartir los beneficios y promover la investigación científica internacional. Uno de los puntos más polémicos se refiere al reparto de los posibles beneficios derivados de la explotación de los MGR, donde las industrias farmacéuticas, químicas y cosméticas esperan descubrir y patentar valiosas moléculas.

La pesca ilegal y la sobrepesca, la contaminación por el tráfico marítimo o la actividad marina para extraer gas o petróleo son otros de los problemas plagados de intereses económicos que más cuesta abordar.

En este sentido, una de las causas de la dificultad de llegar a acuerdos es ir más allá de las aguas jurisdiccionales de los diferentes países, y abarcar el resto, un 64 % del total, que son aguas internacionales en las que priva la ley del más fuerte. El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, no se ha cansado de alertar constantemente de que el “egoísmo” de algunos países está obstaculizando el progreso en las conversaciones que se desarrollan estos últimos años.

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La contaminación por el tráfico marítimo o la actividad marina para extraer gas o petróleo son otros de los problemas plagados de intereses económicos que más cuesta abordar. © Divulgação Petrobras / ABr

Sin embargo, las evidencias de la crisis climática, que se han hecho sentir por vez primera en países que parecían inmunes a ellas, han provocado un cambio notable en la opinión pública, que casi siempre ha percibido los problemas del mar como lejanos, algo que no pertenece a nuestro hábitat natural como especie. Es un error pensar así; tenemos una sola agua que es la base del futuro sostenible del planeta.