En guerra, y sin agua

Campo de desplazados a las afueras de Herat. © Carlos Garriga

La interrupción del acceso al agua y el deterioro del saneamiento son males prácticamente omnipresentes en todos los conflictos bélicos. Es un aspecto generalmente poco conocido que extiende el sufrimiento más allá de las zonas de combate. Es el caso de la zona este de Ucrania que describe el corto War and Water, finalista del We Art Water Film Festival 4. En el mundo existen actualmente 25 conflictos armados y más de 75 millones de desplazados por la violencia.

Vídeo

War and Water, corto de Cottage (República Checa), finalista del We Art Water Film Festival 4 en la categoría de Micro-documental.

Este corto muestra la tragedia que viven los habitantes del conflicto bélico entre el ejército ucraniano y las milicias pro-rusas. Miles de personas quedaron atrapadas en las líneas del frente sin suministro de agua. Los voluntarios que llevan agua a los que tienen que sortear bombardeos y francotiradores. En el momento de rodar el corto la situación llevaba tres años y en la actualidad aún no está clara la resolución del conflicto.

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Una anciana, desplazada de su hogar en Abyei por los intensos combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán y el Ejército de Liberación de los Pueblos de Sudán (SPLA), se prepara para recibir su ración de ayuda alimentaria de emergencia. ©UN Photo/Tim McKulka.

Guerras conocidas y guerras olvidadas

Según ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en 2019 existían en el mundo 25 conflictos armados, 10 de los cuales habían empeorado notablemente. Algunos de ellos están presentes en los medios de comunicación internacionales, como los de Siria, Yemen, Somalia, Sudán del Sur, Gaza e Irak; desgraciadamente, de los restantes tenemos referencias lejanas, como el del este de Ucrania que muestra el corto.

En las guerras modernas el “frente”, entendido como zona de combate, muchas veces se diluye entre pueblos y ciudades extendiéndose a la población civil, especialmente en los conflictos internos, como las guerras civiles y las acciones continuadas de grupos terroristas. La actual guerra de Siria nos muestra la peor cara de estos conflictos, en los que amplias bolsas de población se ven atrapadas indefensas y alejadas de las organizaciones internacionales de ayuda. Los que pueden migrar inician un penoso y peligroso viaje a la incertidumbre; los que permanecen en sus casas sobreviven como pueden en un entorno destruido, con carestía de alimentos y casi siempre sin suministro de agua y con el saneamiento destruido.

Muchos de estos conflictos se desencadenan en lugares que ya tienen falta endémica de acceso al agua y al saneamiento, lo que significa una situación de pobreza y abandono internacional previa a la guerra. Es el caso de Afganistán, país azotado por las sequías, en el que desde la década de 1970 continuas guerras y conflictos han dejado desplazada buena parte de la población; a día de hoy, Afganistán es uno de los más peligrosos del mundo y con mayor número de refugiados.

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© Carlos Garriga

Ocurre actualmente en Yemen y Sudán del Sur, y también en otros conflictos casi olvidados, como la violencia en la República Democrática del Congo y la República Centroafricana o la del grupo islamista Al-Shabab en Somalia, cuyas noticias llegan con cuentagotas a los medios de comunicación.

Las guerras modernas muestran también que los convenios internacionales se infringen reiteradamente, como el Artículo 52 del  Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra de 1949: “Se prohíbe atacar, destruir, sustraer o inutilizar los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego, con la intención deliberada de privar de esos bienes, por su valor como medios para asegurar la subsistencia, a la población civil o a la Parte adversa, sea cual fuere el motivo, ya sea para hacer padecer hambre a las personas civiles, para provocar su desplazamiento, o con cualquier otro propósito”.

 

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Campamento de refugiados de Al Zaatari. ©William Stebbins / World Bank

Heroica labor de ayuda

La ayuda humanitaria tiene una labor difícil. El acceso a las zonas de guerra no siempre les es permitido a las organizaciones humanitarias, ni siquiera las que dependen directamente de las Naciones Unidas. La guerra suele ir acompañada de la corrupción y la perversidad política que utiliza la presión a la ayuda humanitaria como un arma más. Para dejar sin agua a la población a veces basta con interrumpir el suministro eléctrico o volar una conducción; son acciones criminales que se han usado muchas veces para desmoralizar a la población o forzarla a migrar siguiendo estrategias militares perversas.

Los cooperantes se juegan la vida, tienen que demostrar su neutralidad política e ideológica, y lograr la independencia del poder de los bandos armados: no deben ceder a las presiones políticas ni dejarse influir por los movimientos de opinión.

La simple acción de hacer llegar bidones de agua, aljibes y tabletas potabilizadoras tiene que superar las zonas de fuego, y muchas veces sortear la confiscación por parte de militares, paramilitares y funcionarios. En los casos en los que se tiene que restituir el suministro o reparar las instalaciones de saneamiento, la labor es más difícil por la necesidad de desplazar a la zona de guerra técnicos y material complejo que también corre el peligro de ser confiscado o robado.

 

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©ACNUR/ H. Caux

Los desplazados: sin alimentos ni agua

Los movimientos migratorios son la otra cara intolerable de las guerras. Los desplazados de Siria, el movimiento más tristemente famoso, han protagonizado una de las tragedias humanas más hirientes de la década, y ha mostrado la dificultad de gestionar el suministro de alimentos, agua y facilitar la higiene a una población que avanza dispersa y agotada, que ha abandonado su hogar destruido o huido de la pobreza. La experiencia de la Fundación en el Líbano, en el proyecto desarrollado en colaboración con Acción Contra el Hambre, ayudó a las escuelas del valle del Bekaa a superar el estrés hídrico y de falta de instalaciones de saneamiento en una región que recibió, entre 2017 y 2018, más de 357.000 refugiados.

Otras consecuencias nefastas de los conflictos bélicos son las necesidades de los que acaban en campos de refugiados. Según ACNUR, en 2019 existían en el mundo más de 70 millones de personas desplazadas de sus hogares por la violencia; de ellas, más 25 millones eran refugiados, de los que 2,6 millones se hacinaban en campamentos. Allí las necesidades de agua y saneamiento son prioritarias y cuestan de satisfacer pues la mayor parte de estos campos se haya en zonas muy deficitarias de acceso al agua. Un ejemplo es el de los campos de refugiados del este del Chad, que acogen a los desplazados de los conflictos sudaneses. La Fundación colaboró con Oxfam Intermón para llevar agua a los refugiados que se agruparon en campamentos que llegaron a tener el triple de habitantes que la propia ciudad de acogida.

El Objetivo de Desarrollo Sostenible 16, Paz, justicia e instituciones sólidas, es ineludible para la consecución de todos los restantes, pero también si se consiguen todos los restantes será posible asegurar la paz, pues se habrán acabado las principales causas de las guerras.