Resiliencia tras un desastre. La eficacia de las mujeres

Cuando una catástrofe natural arrasa con las infraestructuras básicas, integrar la equidad de género en las políticas de gestión hídrica es mucho más que una declaración de principios: es una vía comprobada hacia soluciones más eficaces, sostenibles y comunitariamente aceptadas. Las mujeres, como gestoras del agua en sus comunidades, son también agentes clave en la reconstrucción.

El 8 de noviembre de 2013, el tifón Haiyan se llevó la casa de Roselda Sumapit en la región filipina de Leyte. Roselda, madre de tres hijos menores de 12 años, declaró a World Vision: Como yo, casi todas las madres de mi comunidad se quedaron con sus hijos a cielo descubierto. Muchas con bebés lactantes, sin agua ni comida. Algunas habían perdido a algún miembro de su familia. Lo primero que hicimos fue agruparnos para esperar la ayuda”.

Fue uno de los primeros proyectos en los que intervenimos en la fase de emergencia: la provisión de bidones para recoger agua y pastillas de potabilización —las aquatabs— que tantas vidas han salvado al permitir beber el agua de charcas y fuentes contaminadas.

Aunque sabemos que el agua no está limpia, la bebemos porque necesitamos sobrevivir. Por ello, es muy importante tener las pastillas y saber cómo usarlas. Hay que asignar a cada familia las necesarias. No sobran”, dijo Roselda.
Ella y un grupo de mujeres de su comunidad fueron formadas en el uso de las aquatabs y se encargaron de difundir este conocimiento al resto.

Así sobrevivieron durante semanas hasta que iniciamos la segunda fase de la recuperación: la restitución del suministro con nuevas fuentes de agua provisionales y con la reparación de las que habían quedado destrozadas por el tifón. Una vez más, las mujeres lideraron la organización comunitaria para asegurar el abastecimiento. Puedes ver en este video su papel clave en la recuperación del agua para 900 familias y las escuelas de las comunidades más pobres de Leyte.

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Cuando una catástrofe natural arrasa con las infraestructuras básicas, integrar la equidad de género en las políticas de gestión hídrica es mucho más que una declaración de principios. © Inspiraction, Sam Spickett.

Cruciales en las dos fases de la resiliencia

Sea cual sea la causa del desastre, la ayuda se estructura en dos fases claras. En ambas, el papel de las mujeres es decisivo:

  • La primera es la emergencia: la resiliencia empieza con un bidón y un kit de higiene. Con ello garantizamos el agua para beber y cocinar, y evitamos infecciones primarias. Aquí es fundamental una rápida evaluación para seleccionar a las personas damnificadas que requieren atención prioritaria.
  • La segunda fase es la restitución de las instalaciones destruidas, que deben ser capaces de resistir futuros desastres y ser sostenibles. El acceso al agua y al saneamiento debe adaptarse a la nueva realidad surgida tras la catástrofe. En esta etapa, el apresuramiento y la visión a corto plazo dificultan muchas veces una recuperación resiliente.

En todos los casos es esencial que las comunidades comprendan los fenómenos de riesgo y su propia vulnerabilidad. Y aquí, las capacidades de las mujeres son su mayor fortaleza.

Lo hemos comprobado en Indonesia tras el terremoto y el tsunami en Célebes; en la desolación que causó el ciclón Idai en Mozambique; en Guatemala, cuando la erupción del volcán de Fuego arrasó el suministro de agua de Siquinalá; y en Turquía, la catástrofe sísmica más reciente en la que hemos intervenido.

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La resiliencia empieza con un bidón y un kit de higiene. Con ello garantizamos el agua para beber y cocinar, y evitamos infecciones primarias. © Christian Jepsen

El testimonio de nuestra experiencia

En todos nuestros proyectos de ayuda tras un desastre natural hemos corroborado lo que afirman las ONG con las que colaboramos: los comités de agua con al menos un 40 % de participación femenina logran una restauración más rápida y ordenada del acceso, frente a aquellos donde las mujeres estaban ausentes o subrepresentadas.

Esa eficacia tiene una base concreta: las mujeres aportan conocimientos, capacidades y liderazgo, especialmente en contextos de emergencia. Estas son algunas de las razones por las que su  participación es insustituible:

  • Tienen una visión integral del territorio. Conocen dónde están las fuentes alternativas y el estado del agua, por lo que suelen ser las primeras en identificar contaminación o problemas de distribución.
  • Conocen el uso real y cotidiano del agua: cocina, higiene, cuidado de menores y mayores.
  • Tienen empatía con las necesidades de las familias y priorizan la accesibilidad para todos los grupos, incluidos niños, ancianos y personas con discapacidad.
  • Promueven la colaboración entre familias y barrios, lo que reduce tensiones sociales y facilita la distribución de agua y el uso de las instalaciones comunitarias.
  • Su entrega al bien común estimula la cooperación, el trabajo en equipo y la apropiación social de las soluciones.
  • Adquieren con rapidez competencias técnicas, lo que genera oportunidades económicas: mantenimiento de bombas, cloración, producción de filtros.
  • Priorizan soluciones prácticas, accesibles y sostenibles a nivel comunitario.

Estas cualidades destacaron también tras el terremoto que asoló Nepal. La distribución de bidones, prioritaria para garantizar al menos cuatro litros de agua por persona y día, fue posible gracias a la capacidad de las mujeres para administrar lo esencial. Como en Filipinas, participaron directamente en la distribución de instalaciones de saneamiento y kits de higiene.

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Urge acelerar la plena participación de las mujeres en la gestión de los recursos. Para lograrlo, se requiere un cambio cultural profundo que garantice su pleno acceso al agua y al saneamiento. © UN Women/Ryan Brown

Un liderazgo que debe ser estructural

Estas experiencias nos han dejado una enseñanza clara: cuando las mujeres están al frente, la recuperación es más rápida, más justa y más duradera. Pero ¿cómo convertir este liderazgo en una política estructural y no solo en una respuesta puntual ante la emergencia?

Desde siempre hemos señalado que urge acelerar la plena participación de las mujeres en la gestión de los recursos. Para lograrlo, se requiere un cambio cultural profundo que garantice su pleno acceso al agua y al saneamiento.

Integrar la equidad de género en las políticas de agua no solo es una cuestión de justicia social, sino también una estrategia efectiva para mejorar la sostenibilidad y eficiencia de los proyectos hídricos. La participación activa de las mujeres aporta perspectivas únicas y fortalece las soluciones implementadas. El caso de la recuperación de las comunidades tras un desastre natural es un buen ejemplo.

Las catástrofes naturales sacuden las estructuras, pero también revelan la fuerza que sostiene a las comunidades. En cada crisis, las mujeres demuestran que su liderazgo no es opcional: es esencial. Hacerlo estructural y no solo puntual es el gran reto de la resiliencia futura.