Hongos del suelo. Gestores de agua y vida

Asistimos a una revolución científica silenciosa de enorme importancia para nuestro futuro: la que impulsa la biología del suelo. En lo profundo de la tierra, millones de microorganismos tejen lo que algunos ya llaman el “internet del suelo”: una red viva que conecta raíces, intercambia nutrientes, regula la humedad y mantiene la fertilidad. Los hongos son sus principales protagonistas.

Afirman los científicos que estudian los biosistemas que sabemos más sobre la Luna que sobre el suelo terrestre que pisamos. Hay un hecho clave que simplifica el estudio lunar frente al terrestre: la Luna está muerta. Su análisis compete a astrofísicos o geólogos planetarios, pero no a biólogos. Al estar descartada la vida, ningún microbiólogo estudia la Luna.

Sin embargo, en nuestro planeta, los estudios sobre la vida que se desarrolla en el suelo se han multiplicado en los últimos años. Una de las principales causas radica en las crecientes alertas sobre la degradación del suelo agrícola, un fenómeno que agrava las sequías asociadas al cambio climático. Economistas, ingenieros agrónomos y ecólogos coinciden en que la salud del suelo es fundamental no solo para alimentar al mundo, sino también para mitigar el cambio climático. Estas investigaciones revelan un elemento crucial del que hasta ahora sabíamos poco: los hongos.

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En lo profundo de la tierra, millones de microorganismos tejen lo que algunos ya llaman el “internet del suelo”: una red viva que conecta raíces, intercambia nutrientes, regula la humedad y mantiene la fertilidad.

Invisibles bajo tierra

Cuando hablamos de hongos del suelo, no nos referimos a las setas que a veces vemos brotar en los bosques. Las setas son solo la parte visible, el “fruto” reproductivo de ciertos hongos. En realidad, la mayor parte del hongo vive bajo tierra, en forma de una red microscópica de filamentos llamada micelio. Este micelio es el verdadero organismo fúngico, y desempeña un papel esencial en la vida del suelo: conecta raíces entre sí, descompone la materia orgánica y ayuda a retener la humedad.

En un solo puñado de tierra, se estima que pueden habitar alrededor de mil millones de bacterias y hongos. Estos hongos son invisibles y forman una red subterránea que algunos científicos comparan con un “internet del suelo”, porque conectan ecosistemas enteros y mantienen el equilibrio del subsuelo.

Aquí recomendamos el seguimiento del trabajo del equipo de Tom Shimizu en el AMOLF Institute que representa un hito en la comprensión profunda del micromundo fúngico. Su investigación combina física, biología y modelización avanzada para observar cómo los hongos del suelo se organizan, interactúan y responden a su entorno.

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Suillus luteus y otros hongos micorrízicos viven en simbiosis con las raíces, guiándolas en la búsqueda de agua y nutrientes, y asistiendo en periodos de sequía.

Las plantas les deben la vida

Así podemos resumir lo que muchos científicos están ratificando sobre los hongos del suelo, y en especial sobre los micorrízicos, los más decisivos para la salud vegetal:

  1. Viven en simbiosis con las raíces. Las guían en la búsqueda de agua y nutrientes, y las asisten en periodos de sequía.
  2. Regulan la humedad del suelo. Una función clave para la vegetación de las tierras secas y semiáridas, especialmente vital en los cultivos de secano.
  3. Son vulnerables. Son extremadamente sensibles a pesticidas, herbicidas y fertilizantes químicos. Cuando estos se aplican de forma intensiva, los hongos desaparecen.
  4. Recuperan la tierra. Optimizan muchas de las prácticas de la agricultura regenerativa que ya se están aplicando a nivel global

La agricultura de secano alimenta al mundo

Una parte decisiva de los estudios sobre los hongos se centra en su papel en la salud del suelo donde viven las plantas de secano. Según la FAO, en 2012, cerca del 80% de la superficie cultivada del mundo era de secano y esta proporción ha aumentado esta última década.

Hablamos de más de 1.500 millones de hectáreas que producen aproximadamente el 60 % de los alimentos básicos consumidos globalmente, como el trigo, el maíz, la cebada, las legumbres o el mijo.

Hoy, se estima que más de 2.500 millones de personas dependen directamente de estos cultivos para su alimentación, especialmente en África Subsahariana, Asia Central, la cuenca mediterránea, América Latina y zonas semiáridas del sur de Europa.

En estas regiones, la salud del suelo se vuelve un factor crítico: los cultivos dependen exclusivamente del equilibrio ecológico subterráneo y del agua de lluvia, sin sistemas de riego. Esta vegetación es más vulnerable al cambio climático y, en la mayor parte de los casos, está íntimamente ligada a economías campesinas, familiares y de bajos recursos.

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Hoy, se estima que más de 2.500 millones de personas dependen directamente de los cultivos de secano para su alimentación, especialmente en África Subsahariana, Asia Central, la cuenca mediterránea, AméricaLatina y zonas semiáridas del sur de Europa. © pexels-deesarkee

Los suelos muertos de la agricultura industrial

En contraste con los sistemas campesinos que dependen del equilibrio ecológico del suelo, la agricultura industrializada ha acelerado el proceso de degradación del suelo a escala global. El uso intensivo de pesticidas, herbicidas y fertilizantes químicos ha interrumpido los procesos biológicos que sostienen la vida subterránea, especialmente la red de hongos micorrízicos.

Estos productos, diseñados para maximizar el rendimiento a corto plazo, eliminan las plagas, pero también los microorganismos beneficiosos, y convierten los suelos en sustratos inertes, compactados, incapaces de retener agua o nutrir adecuadamente a las plantas. Es lo que muchos científicos y agricultores ya llaman “suelos muertos”.

La labranza intensiva y la desaparición del manto vegetal agravan aún más esta situación. Sin cobertura vegetal, la tierra queda expuesta a la erosión, la evaporación y la pérdida de materia orgánica. Así, el suelo pierde su capacidad de esponja, de filtro y de hogar para miles de millones de organismos invisibles que son clave para la fertilidad natural.

Paradójicamente, estos sistemas requieren más agua y más energía para mantener la productividad, lo que genera un círculo vicioso que en muchas regiones del mundo se ha hecho insostenible: cuanto más se degrada el suelo, más caro se vuelve el cultivo y menor es su resiliencia al cambio climático.

La agricultura regenerativa: más vida, más producción

Frente al agotamiento de los suelos provocado por la agricultura industrial, miles de agricultores en todo el mundo están adoptando prácticas regenerativas que trabajan con la vida del suelo. Lejos de ser una utopía rural, esta agricultura se apoya en estudios científicos —como los que hemos mencionado— que demuestran que un suelo sano, rico en hongos micorrízicos y microorganismos, aumenta la productividad a medio y largo plazo, especialmente en cultivos de secano.

Esto se debe a múltiples factores:

  • Mejoran la infiltración y retención de agua, reduciendo la necesidad de riego y el impacto de las sequías.
  • Potencian la biodiversidad, al crear hábitats seguros para los insectos polinizadores, lombrices, bacterias, aves y árboles silvestres.
  • Secuestran carbono en el suelo, contribuyendo a mitigar el cambio climático
  • Disminuyen la necesidad de agroquímicos, al reforzar los ciclos naturales de fertilidad y control biológico.
  • Estabilizan la producción frente a condiciones climáticas extremas, aumentando la resiliencia de los cultivos

Como hemos escrito recientemente, no hay que inventar nada. Las soluciones ya existen: comunidades de todo el mundo regeneran suelos, protegen el agua, cultivan sin dañar y restauran ecosistemas con prácticas que combinan saber ancestral y conocimiento científico.

En todos nuestros proyectos de apoyo a la agricultura en las zonas climáticamente más comprometidas, lo henos comprobado: los sistemas alimentarios basados en la vida del suelo son también los más resistentes, equitativos y sostenibles.

Los estudios sobre los hongos nos lo demuestran.