Las voces indígenas señalan el camino. ¡Escuchémoslas!

La COP30 ha cambiado la narrativa climática global: los pueblos amazónicos se han convertido en protagonistas. Su reclamo, tantas veces ignorado, resonó con fuerza en los debates de Belém. Hubo avances en adaptación y justicia climática, pero faltó un acuerdo claro para reducir los combustibles fósiles y la financiación para adaptación sigue siendo insuficiente.

Donde pisamos, nacen plantas. Donde pisamos, nacen manantiales. De donde nuestro pueblo sale, crece la devastación [..] La respuesta somos nosotros”. La voz del líder karipuna Amõkanewy Kariú lo expresó con claridad y contundencia: Reclaman una transición justa y reivindican su modelo de vida como solución: habitan en armonía con un mundo que rebosa biodiversidad, algo difícil de comprender para las sociedades marcadas por la agricultura industrial y la uniformidad cultural. Para ellos, la diversidad es fortaleza, creatividad e innovación… y la estamos destruyendo.

En la COP30, se acreditaron más de 900 representantes indígenas, frente a los 300 de la edición anterior. Además de los Karipuna, alzaron su voz los pueblos amazónicos como los Ticuna, Mundurukú, Huni Kui, Kayapó y Tupinambá, junto a representantes caribeños, mayas de Guatemala y comunidades originarias de otras regiones del mundo, como los Mapuche de Chile y pueblos aborígenes de Australia. Su mensaje fue rotundo: “Si aún queda selva es porque la protegemos con nuestros cuerpos”.

La presencia indígena en Belém es esperanzadora. Por primera vez sienten que el mundo repara en ellos y que pueden abrir espacios políticos y obtener respuestas concretas de gobiernos, instituciones y empresas. Deben sentarse en las mesas de decisiones. Su conocimiento es incalculable y deben liderar la lucha por la justicia que les corresponde: confrontar la minería ilegal, la tala furtiva, los vertidos contaminantes y el abandono institucional.

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La COP30 ha cambiado la narrativa climática global: los pueblos amazónicos se han convertido en protagonistas. © Alex Ferro

El testimonio indígena del agua y el bosque del Amazonas

La participación de la Fundación en la COP30 aportó un testimonio directo de las consecuencias que el cambio climático y la acción humana están causando en las comunidades amazónicas. Ese testimonio se recoge en el documental Amazonas. La memoria del agua, realizado en colaboración con World Vision, que presentaremos en breve. El río ya no es el mismo, y la vida junto a él ya no se parece a la de sus abuelos.

Los cambios en la estacionalidad e intensidad de las lluvias acarrean nefastas consecuencias: el agua inunda los precarios hogares en la “subidas” y se retira más lejos en las “bajadas”. Ya pocos están seguros en sus casas en la época de lluvias y el transporte y la pesca son más difíciles en la temporada seca. Pero el cambio no es sólo en intensidad sino en incertidumbre: las estaciones se difuminan, la lluvia es más impredecible y organizar la vida cotidiana resulta cada vez más difícil.

La salud es lo primero que se deteriora. Las subidas llevan aguas fecales que son otra triste consecuencia del abandono. Las aguas arrastran también contaminantes industriales: falta agua potable para beber, para cocinar y para lavar la ropa, y la pesca mengua. Los abuelos recuerdan la época en la que podían vivir de ella. Son “bibliotecas vivas” que nos enseñan a cuidar el agua, la flora y la fauna, y cómo vivir de ello: cómo cazar, pescar y cultivar. Hoy, en muchas zonas, ya casi no queda río donde aplicar esa sabiduría.

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La Amazonía es una de las regiones del mundo que más alertas científicas, medioambientales y políticas ha generado en las últimas décadas.

La deforestación y la pérdida de biodiversidad: un drama planetario

La Amazonía es una de las regiones del mundo que más alertas científicas, medioambientales y políticas ha generado en las últimas décadas. La humanidad tiene puestos los ojos en sus 6,7 millones de km² —una superficie casi equivalente a la de Australia— del mayor bosque tropical de la Tierra, que se extiende principalmente en la cuenca del Amazonas, el río más caudaloso del planeta.

Este bioma abarca territorios de nueve países sudamericanos y es el bosque tropical de que más carbono almacena: se estima que el 50% de todo el CO2 capturado por las selvas situadas alrededor del ecuador terrestre se concentra en la vasta región.

También es esencial para el ciclo del agua planetario: una hectárea de selva evapora y transpira siete veces más que una hectárea de mar, enviando al cielo diariamente 22.000 millones de toneladas de agua.

Este capital natural esencial para la Tierra está amenazado por el riesgo de alcanzar un punto de no retorno: la sabanización. Este proceso se extiende cuando las temperaturas aumentan, las lluvias disminuyen y las estaciones secas se prolongan. Si la selva deja de absorber carbono y comienza a emitirlo, lo que era solución se convierte en problema. 

Aunque Brasil y Colombia han avanzado en frenar la deforestación, el desafío es global. La Amazonía no sobrevivirá si continúa el calentamiento atmosférico: su destino está ligado al compromiso colectivo de la humanidad. En este sentido, el fondo para la conservación de selvas tropicales, con aportes de gobiernos y empresas, representa un avance.

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Aunque Brasil y Colombia han avanzado en frenar la deforestación, el desafío es global.

Latinoamérica: banco de soluciones

Latinoamérica y el Caribe llegaron a la COP30 con la memoria reciente del devastador huracán Melissa y con el abandono de Estados Unidos del Acuerdo de París. La región enfrenta una doble limitación en materia hídrica: una brecha significativa de financiamiento y una capacidad de ejecución limitada.

Un mes antes de la COP30, en la Semana Regional del Agua de América Latina y el Caribe 2025, organizada por la CEPAL en Santiago de Chile, Carlos Garriga, director de la Fundación, subrayó la importancia de las alianzas comunitarias para superar estos problemas endémicos. Explicó que confianza en las entidades locales es clave para proyectos exitosos y citó un viejo proverbio africano para enfatizar la necesidad de alianzas a largo plazo . “Si quieres llegar rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”.

Los debates de la Semana evidenciaron que América Latina y el Caribe arrastran desde hace décadas los problemas clave que ocuparon buena parte de los debates en Belém, donde se reiteró que, COP tras COP, aún no se alcanzan acuerdos verdaderamente vinculantes y ejecutables a corto plazo que puedan aplicarse en las zonas que más sufren los desequilibrios climáticos.

La urgencia de cooperar para gestionar

En Belém participamos también en el debate Global Water Resilience in Mediterranean Climatic Regions, organizado por la Fundación Biodiversidad en el Pabellón Español de la COP. La sesión tuvo como objetivo promover un diálogo internacional sobre estrategias, políticas y modelos de gobernanza que fortalezcan la resiliencia hídrica, basados en la innovación, la economía circular y la colaboración público-privada, con especial atención a los climas mediterráneos.

En el debate se amplió el foco de las similitudes que el concepto de “clima mediterráneo” comparte con amplias zonas del mundo, desde California hasta Australia. Carlos Garriga corroboró esta visión global: “la incertidumbre climática y el aumento de sequías e inundaciones no sólo afectan al Mediterráneo, también se extienden a la Amazonía. Estamos ante un problema que se manifiesta de forma similar en diferentes regiones del planeta, y que exige cooperación más allá de fronteras y biomas”.

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En Belém participamos también en el debate Global Water Resilience in Mediterranean Climatic Regions, organizado por la Fundación Biodiversidad en el Pabellón Español de la COP.

¿Y la reducción de emisiones?

En cada COP, la alarma ante el problema de las emisiones persiste, al tiempo que la sensación de que se avanza muy poco. Los datos son contundentes: en 2024, las emisiones globales del sector energético alcanzaron 3.000 millones de toneladas de metano y 37.400 millones de toneladas de CO, casi nueve veces más que las emisiones derivadas de la deforestación. 

El clamor de los países que menos emiten y más sufren el calentamiento es claro: resulta imprescindible redirigir los siete billones (sí, millones de millones) de dólares que, según el FMI, cada año subsidian los combustibles fósiles hacia inversiones que fortalezcan las contribuciones nacionalmente determinadas (NDC). Lo que es evidente es que sin hoja de ruta para fósiles, financiación insuficiente y compromisos realmente vinculantes, estamos aún lejos de garantizar que no sobrepasaremos los 1,5°C marcados por el IPCC.

la cooperación internacional sigue viva, pero necesita traducirse en acción inmediata. Los planes de desarrollo de los gobiernos, los compromisos climáticos y la ciencia deben converger. Y el reto ya no es inventar, sino amplificar: escalar las soluciones con inteligencia, voluntad y alianzas. Si el cambio climático es global, también deben serlo las respuestas.