El deshielo del permafrost: la amenaza del fango prehistórico

© Boris Radosavljevic

El deshielo del subsuelo de las tierras árticas es un factor que preocupa cada vez más a los científicos. 19 millones de kilómetros cuadrados de tierras boreales y alpinas son un importante sumidero de carbono que la humanidad no puede perder en su lucha contra el calentamiento atmosférico. Además, sobre esta capa helada viven 35 millones de personas que ven en peligro la estabilidad del suelo donde se asientan sus casas y pueden exponerse a microorganismos que han permanecido en “hibernación” durante milenios.

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Incendios en el Ártico ruso © Copernicus Sentinel data [2019], processed by Pierre Markuse

 El permafrost era un término popularmente poco conocido hasta que la ola de calor y los incendios forestales de los dos últimos veranos en amplias zonas cercanas al círculo polar, como Alaska, Escandinavia y Rusia, impactaron en los medios de comunicación. Las alarmas por los incendios dieron pie a que se divulgaran recientes estudios científicos que demuestran que el permafrost, el subsuelo helado de las zonas más boreales y de las montañas más altas del planeta, se estaba descongelando aceleradamente a causa del aumento de la temperatura atmosférica.

Geólogos y climatólogos advierten de que, de forma similar a la del hielo del casquete ártico y de los glaciares alpinos, el planeta está perdiendo un elemento clave en el equilibrio medioambiental y en la lucha contra el incremento de los gases de efecto invernadero.

En el pasado COP25 de Madrid, uno de los documentos de trabajo ha sido el Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate presentado el pasado verano por el IPCC(Intergovernmental Panel on Climate Change). El documento explica que las temperaturas del permafrost han aumentado a niveles de récord desde 1980 y previene de que esta capa helada de las zonas árticas contiene entre 1.460 y 1.600 gigatoneladas (mil millones de toneladas) de carbono orgánico, casi el doble del carbono que hay actualmente en la atmósfera. De consumarse su pérdida, se puede acelerar el calentamiento atmosférico a niveles imprevisibles.

 

Decenas de miles de años de congelación permanente

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Arctic lands© Joanna Kosinska on Unsplash

La etimología de “permafrost viene del inglés: permanent, permanente, y frost, helado. Es una capa que subyace debajo de la capa “activa” del suelo donde se desarrolla la vida y que permanece congelada todo el año, también en verano. Está compuesta por diversas cantidades de materia inorgánica (roca y arena), mezclada con compuestos orgánicos y agua. El agua congelada está en cantidades muy variables y es un elemento clave en la consistencia y perdurabilidad de la capa en el tiempo. Por lo general, el permafrost tiene una edad geológica de más de 15.000 años.

El carbono que guarda el permafrost reside en la materia orgánica, compuesta principalmente por plantas muertas acumuladas a lo largo de los milenios y conservadas gracias al frío. Al descongelarse, esta masa vegetal se descompone y crea un fango que libera dióxido de carbono (CO2) ymetano (CH4). Este último gas es el más nefasto para el calentamiento atmosférico: un estudio de la Universidad Estatal de Florida estima que, a lo largo de 100 años, una tonelada de metano ejerce un efecto sobre el calentamiento 33 veces mayor que una de dióxido de carbono y su liberación a la atmósfera sería una auténtica bomba climática.

 

La extensión del permafrost es enorme: entre el 20 y el 24% de la superficie terrestre, principalmente en Alaska, Canadá, Groenlandia, Escandinavia y Rusia, contiene una capa de permafrost. Esta capa helada llega a penetrar bajo tierra hasta más 400 metros aunque en algunas zonas de Siberia puede alcanzar 1.500 metros de profundidad. Sobre ella, la capa activa, que suele tener de medio metro hasta cuatro metros de grosor, alberga vida vegetal de gran importancia, como la taiga, el bosque boreal, y la tundra, la zona de vegetación sin árboles que se sitúa al norte de la taiga.

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Permafrost descongelado en Herschel Island, Canada. © Boris Radosavljevic

 

La liberación de carbono ya ha empezado

Hace décadas que los climatólogos estudian el hielo ártico que, por su edad geológica, es una valiosa fuente de información. De hecho, buena parte de los datos sobre la acumulación de gases de efecto invernadero que se manejan en las proyecciones científicas provienen de los análisis del hielo polar y del subsuelo helado. Para ello, los investigadores perforan su interior y extraen una serie de muestras a diferentes profundidades. El estudio de estos datos sirve para evaluar las temperaturas del planeta en los últimos siglos y aporta valiosa información de la relación que existe entre el clima y el suelo.

Y tiene una relación directa e importante. Se advierte de que un aumento global de la temperatura de unos 2ºC sobre los niveles preindustriales, supondría la pérdida de un 40% de la superficie ocupada por el permafrost. La situación es preocupante pues, estos valores hacen referencia a la media planetaria y, según datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), mientras la media planetaria que ahora se sitúa aproximadamente en 1ºC por encima de la temperatura de los años 70, el Ártico está 3º por encima.

Los científicos señalan que la descongelación del permafrost ya ha comenzado. Según el Instituto Alfred Wegener, sólo en Alaska este año se han liberado a la atmósfera 50 millones de toneladas dióxido de carbono, una cantidad equivalente a la de todos todos los incendios que hubo en el Ártico el año pasado.

 

En peligro la Bóveda del Fin del Mundo

No son conjeturas. Hace dos años los responsables de la denominada popularmente “Bóveda del Fin del Mundo”, que alberga el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, en la isla noruega de Spitsbergen, confirmaron filtraciones de agua proveniente del deshielo del permafrost. En este almacén, iniciativa del Ministerio de Agricultura y Alimentación noruego, se conservan 930.000 semillas de más de 4.000 especies de plantas.

El objetivo era poder regenerar la vida vegetal tras un hipotético cataclismo planetario – de ahí lo de “Bóveda del Fin del Mundo” -. Para ello se diseñó una cavidad en el interior de macizo rocoso a 130 metros sobre el nivel del mar a prueba de terremotos, erupciones volcánicas, explosiones nucleares y crecida del nivel del mar. A 1.300 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, los ingenieros confiaron en el permafrost para mantener estable la temperatura de las semillas en el caso de un fallo eléctrico. Pero no tuvieron en cuenta el cambio climático. Los responsables del ministerio aseguran que las semillas nunca se han visto amenazadas y permanecerán seguras pero han tomado medidas preventivas ante las filtraciones y la posible inestabilidad térmica.

 

Amenaza prehistórica y suelo inestable

La antigüedad del permafrost ha hecho que contenga entre su materia orgánica una amplia variedad de bacterias y virus, microorganismos que han sido conservados gracias a la baja temperatura, la falta de oxígeno y la oscuridad. Biólogos de Universidad de Aix-Marseille, en Francia han descubierto fragmentos de ARN (ácido ribonucleico) del virus de la gripe española de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska, y afirman que probablemente los microorganismos causantes de la viruela y la peste bubónica también estén enterrados.

No es ciencia ficción. En 2016 se desencadenó un brote de ántrax en Siberia que afectó a ocho personas y causó la muerte de un niño de 12 años. Los biólogos determinaron que el brote se originó por el consumo de carne de reno proveniente de una zona donde, en 1941, animales infectados por la bacteria se enterraron bajo el permafrost. La ola de calor hizo aflorar la bacteria Bacillus Anthracis, un microorganismo que puede vivir cientos de años y que estaba latente en el suelo helado. 

Por otro lado, sobre el permafrost habitan aproximadamente 35 millones de personas, la mayoría en Rusia, donde grandes ciudades como Yakutsk, Batagai, Norilsk y Vorkutá están construidas sobre pilotes especiales de hormigón hundidos a treinta metros en el permafrost. En estas ciudades, así como en algunas carreteras, algunas infraestructuras han empezado a dar señales de inestabilidad a causa del derretimiento del subsuelo. En algunas zonas de la tundra y taiga siberianas han aparecido emanaciones de metano que abomban el suelo cual “burbujas” bajo la hierba.

 

 La amenaza del no retorno

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© Harshil Gudka on Unsplash

Los científicos advierten que el deshielo del permafrost está considerado como uno de los factores irreversibles más radicales para el clima, ya que, en el caso de que la liberación de gases se desencadene, puede iniciarse un círculo vicioso que se retroalimente a sí mismo y acelere la degradación. Es un buen ejemplo de cómo la alteración de cualquier factor medioambiental, aunque se dé en el lejano Ártico o en los ríos de la Amazonia, afecta al clima de todo el planeta.

De abril a octubre de 2021, el IPCC expondrá a la revisión de expertos y gobiernos los informes que configurarán el Sexto Informe de Evaluación (AR6) que se publicará definitivamente en 2022 a tiempo para el primer balance mundial de la  Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (en ingléUNFCCC – United Nations Framework Convention on Climate Change). Entonces, los gobiernos examinarán los progresos realizados para lograr su objetivo de mantener el calentamiento global muy por debajo de 2 °C mientras que, al mismo tiempo, proseguirán los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C. Es de desear que no sea demasiado tarde para el permafrost.