En la mayor crisis migratoria de Sudamérica

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La Covid-19 agrava el drama de los migrantes venezolanos en el norte de Brasil. El flujo de los que abandonan sus hogares huyendo de la pobreza no cesa y la pandemia ha agravado la dureza e incertidumbre de su éxodo. Allí la Fundación We Are Water ha iniciado un nuevo proyecto para proporcionar las básicas instalaciones de lavado de manos y formación en la higiene a los que sobreviven en las peores condiciones y a los ciudadanos que los acogen.

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En octubre, los migrantes venezolanos en el mundo alcanzaban casi los 5,5 millones, más del 16 % de la población. © MedGlobal

En 2017, la crisis económica, política y social de Venezuela desencadenó un inevitable drama humano. Los que sufrían la violencia y la inseguridad, así como la falta de alimentos, agua y tratamiento médico,comenzaron a migrar del país en busca de refugio y encontrar la mínima estabilidad para empezar de nuevo. Según la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela, el pasado 5 de octubre los migrantes venezolanos en el mundo  alcanzaban casi los 5,5 millones, más del 16 % de la población.El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que a finales de este 2020, la cifra llegará a seis millones. Es el mayor éxodo en la historia reciente de Sudamérica.

 

Un drama que no cesa

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La mayoría de los migrantes al establecerse sufren la desconfianza de los locales y son frecuentes los brotes de xenofobia hacia ellos. © European Union, 2020/ S.Castañeda

La mayoría de los migrantes de a pie, los más pobres, llegan con desnutrición severa, enfermedades crónicas y algunos, los que han visto truncado su tratamiento médico, en fase terminal. Al establecerse sufren la desconfianza de los locales y son frecuentes los brotes de xenofobia hacia ellos; por ello tienen muy difícil encontrar un trabajo digno y muchos son explotados laboralmente.Los niños y los adolescentes, que representan un 45 % de los migrantes, sufren las peores consecuencias: en su mayoría no están escolarizados y muchos ni siquiera lo estaban antes de migrar; y en muchas zonas están expuestos a la trata yla explotación laboral.

Han venido atravesando las fronteras de Colombia y Brasil, países que inicialmente acogieron a los migrantes con una política de brazos abiertos. En las regiones fronterizas y en suburbios de las ciudades se han creado campamentos de acogida cuya población ha ido aumentando. 

Al estado brasileño de Roraima, al norte del país, antes de estallar la pandemia llegaban a la frontera alrededor de 600 personas al día. Ahora, este flujo ha descendido pero la precariedad sanitaria de los refugiados ha aumentado. Roraima tiene la economía menos desarrollada del país y cuenta con un sistema de salud precario, debido a la escasez de personal médico y suministros. La infraestructura del estado está luchando para hacer frente a esta gran afluencia migratoria y no ver desbordados a sus servicios humanitarios básicos.

Según ACNUR, el pasado junio el Gobierno brasileño reconoció como refugiados a aproximadamente 46.000 venezolanos y venezolanas, lo que representa la mayor población de refugiados de este país reconocida oficialmente en América Latina. Pero en la actualidad su estatus legal es incierto ante la tendencia a la política de restricciones del gobierno de Brasil.

Sin embargo, como es frecuente en los casos de migración, las estimaciones extraoficiales sobrepasan en mucho las oficiales. Las de ONU Migración (OIM) y ACNUR, apuntan a que alrededor de 100.000 venezolanos viven en Roraima, lo que representa alrededor de una quinta parte de los 500.000 habitantes del estado.

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En Boa Vista, unos 23.000 migrantes viven en edificios precarios o abandonados, o simplemente en las calles, en condiciones indignas. © European Union_S.Castañeda

El caso de Boa Vista

La capital de Roraima, Boa Vista, es la que más concentra la acogida. Situada en el margen derecho del río Branco, uno de los más importantes de la cuenca amazónica, es la única capital brasileña situada al norte del ecuador. Allí vive la mayoría de migrantes. Lo hacen preferentemente en 13 abrigos (campos de refugiados), con más de 6.000 personas. Otros, unos 23.000 viven fuera de estos campos, en edificios precarios o abandonados, o simplemente en las calles, en condiciones indignas, u ocupando descampados.

Las condiciones sanitarias son extremadamente deficientes. Abundan las enfermedades por falta de higiene y saneamiento, como la diarrea y la sarna, y también son frecuentes los casos de neumonía, sinusitis, otitis ylos parásitos intestinales. El clima de Boa Vista no acompaña a la salubridad. La alta temperatura, la humedad y las largas estaciones lluviosas unidas a la suciedad fomentan la propagación de mosquitos y cucarachas en el interior de las tiendas de campaña y corrompen los alimentos. El agua para la higiene y la utilizada para cocinar, lavar utensilios y ropa se debe ir a buscar en cubos y bidones, y las precarias letrinas se obstruyen e inundan con frecuencia.

Ante las escasas oportunidades de trabajo, algunas mujeres fabrican y venden artesanías hechas de fibra de palmera, mientras que muchos hombres recogen chatarra en las calles de la ciudad. Utilizan el dinero para comprar alimentos que puedan complementar su dieta, como verduras, pescado o harina.

Allí, en Boa Vista, la Fundación We Are Water colabora con World Vision en un proyecto para proveer de instalaciones para el lavado de manos y formación en las prácticas higiénicas en una comunidad que ha recibido una presión migratoria sin precedentes y que se ve seriamente amenazada por la proliferación del coronavirus. Los servicios sanitarios de Boa Vista comenzaron a quedar sobrepasados en el pasado 23 de mayo cuando se confirmarons de 1.842 casos y 70 muertes.

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En Boa Vista, la Fundación We Are Water colabora con World Vision en un proyecto para proveer de instalaciones para el lavado de manos y formación en las prácticas higiénicas a la comunidad. © World Vision

 

El proyecto, que contempla la instalación de 100 lavabos capaces de garantizar cada mes 225.000 lavados de manos,tiene también como objetivo movilizar a la sociedad para participar en la prevención de casos mediante prácticas de higiene apropiadas, el uso de mascarillas respiratorias y la práctica de la distancia física.

100.000 personas se beneficiarán directamente de estas acciones. Los beneficios irán más allá de los habitantes de los campamentos y de las zonas aledañas alcanzando a los transeúntes, residentes y trabajadores de las cercanías, unas 200.000 personas que ya tenían servicios higiénicos precarios.

A la espera de inciertas soluciones políticas, la crisis humanitaria de los que abandonan sus hogares para sobrevivir continúa. Darles visibilidad es imprescindible para que la acción política solucione las causas y los efectos de estos éxodos. Ésta no debe ser la pandemia del olvido.