Cuando sin electricidad no hay agua

Las carencias en el suministro de agua en muchas ciudades venezolanas se agravan con los apagones eléctricos y el deterioro de los servicios públicos, y se ceban en los barrios más pobres. Muchos de sus habitantes luchan diariamente para conseguir agua fuera de las ciudades con el grave riesgo sanitario que conlleva. Otros han desarrollado ya una estrategia de supervivencia hídrica desde hace décadas. Es el caso que narra el corto La camisa sucia, finalista del We Art Water Film Festival 3.

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La camisa sucia, corto de Ocasill (Venezuela), finalista del We Art Water Film Festival 3 en la categoría de Micro-ficción.

La resiliencia implica fortaleza psicológica. La falta de certeza en el suministro de agua, suele ir acompañada de otras carencias económicas y sociales que someten a las personas a una lucha diaria por seguir adelante, a un estrés que les obliga a almacenar, a prever, a calcular y a dosificar. Los niños, como Lucía, la protagonista del corto, acostumbrados a las carencias, maduran rápido y tienen problemas impensables en otros niños y niñas que nunca han experimentado la falta de agua: llegar a casa con la ropa manchada supone la necesidad de una colada adicional que la familia no puede asumir.

Lucía vive en una localidad costera de Venezuela, país en el que muchas de sus ciudades más importantes, como Caracas y Maracaibo, están sufriendo serios problemas de suministro hídrico. Históricamente sus habitantes han sufrido la incertidumbre de la seguridad hídrica que se agrava con la crisis climática, el deterioro de los sistemas de energía y la falta de una gobernanza eficiente.

En el caso de Caracas, en las primeras dos décadas de la democracia venezolana (1960 y 1970), el Gobierno procuró la construcción de nuevas obras hidráulicas, al tiempo que crecía la población. Esta se extendió urbanizando las colinas del valle, en su mayor parte en base a barrios pobres y con infraestructuras deficientes. Tras la construcción del embalse de Taguaza en 1998, el suministro de agua a Caracas superaba los 20.000 litros por segundo. Pero desde entonces el deterioro de la red por falta de mantenimiento ha sido la causa de que el sistema sea capaz sólo de suministrar 14.000 litros.

Imagen We Are Water

La crisis eléctrica agrava la hídrica

En las grandes capitales, los apagones eléctricos han creado un problema adicional al dejar de funcionar las depuradoras y potabilizadoras. En Caracas, además, la falta de electricidad hace que dejen de funcionar las estaciones de bombeo que impulsan el agua desde los embalses situados en una cota más baja que la de la ciudad. La mala gestión, otro de los problemas endémicos del sistema de agua de Caracas, fue la causa de que, cuando se dieron los famosos apagones de marzo de 2019, todos los embalses situados en cotas más altas (que envían el agua por gravedad) estaban prácticamente vacíos.

Al comienzo de este verano, la crisis del agua ha llevado a numerosas personas a surtirse en el río Guaire, que atraviesa la ciudad y cuyo cauce recoge gran parte de sus desechos sin tratar. Pese a las advertencias de los responsables sanitarios, quienes alertan de que no es suficiente hervir el agua para eliminar su toxicidad, cientos de personas acuden al río en busca de agua cada vez que cesa el suministro. La situación se agrava en los hospitales donde dejan de funcionar los aseos básicos y algunas intervenciones quirúrgicas no se pueden realizar por falta de suministro.

La situación que vive la capital de Venezuela en la actualidad se asemeja a la crisis hídrica de 1958, al repetirse episodios de escasez como el que narró el escritor Gabriel García Márquez, en su famoso artículo Caracas sin aguaEl Premio Nobel de Literatura (1982) escribió una magistral crónica en la que retrató la crisis desatada en junio de 1958 en Caracas, cuando el servicio de suministro de agua se paralizó tras una severa sequía y una intensa ola de calor.  Por aquél entonces, el embalse La Mariposa era la principal reserva de agua de la capital y se quedó prácticamente vacío. La crónica, considerada como una de las primeras referencias de lo que se denominó Nuevo Periodismo, describe en el acostumbrado tono surrealista del escritor, las penurias que se vivieron en la capital, y finaliza con un párrafo cuyo mensaje no ha perdido vigencia: “Entonces [Samuel Burkart, el protagonista ficticio de la crónica] despertó sobresaltado. Sintió, en todos los pisos del edificio, un tropel humano que se precipitaba hacia la calle. Una ráfaga cargada de agua tibia y pura, penetró por su ventana. Necesitó varios segundos para darse cuenta de lo que pasaba: llovía a chorros”. Que la alegría de la lluvia no se lleve el recuerdo de la sequía, ni en Caracas ni en ninguna parte de la Tierra.