¿De quién es el agua del Nilo?

En la extensa cuenca del Nilo se escenifica el mayor desencuentro político provocado por el acceso a los recursos hídricos de los últimos tiempos. Los intereses de Egipto, Sudán y Etiopía representan la dramática dependencia de la gestión del agua que tienen la agricultura, la energía, la seguridad y el medioambiente. Las alianzas tienen que demostrar que somos capaces de afrontar y superar un reto de esta envergadura.

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Hay guerra fría por el agua del Nilo. La tensión por gestionar un caudal que llega de promedio a los 2.830 metros cúbicos por segundo, lleva décadas enrareciendo las relaciones entre Egipto, Sudán y Etiopía, los principales países que ocupan la mayor parte de su enorme cuenca hidrográfica, de unos 3,254 millones de km2, en la que habitan unos 450 millones de personas.

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En la extensa cuenca del Nilo se escenifica el mayor desencuentro político provocado por el acceso a los recursos hídricos de los últimos tiempos. ©Ismael Alonso

Un río de vida en el desierto alterado en pleno Antropoceno

Desde los tiempos de Heródoto (484 – 425 a. e.c.), las cíclicas crecidas del Nilo, que la cultura milenaria egipcia asociaba al dios Happi, fueron un misterio. Este no se desveló hasta que, a mediados del siglo XIX, los naturalistas británicos observaron que se debían a los periodos de lluvias en las montañas etíopes y en las selvas ugandesas y de Sudán del Sur. El limo sedimentado en las riberas era un fertilizante natural que permitía la agricultura en una tierra que, de otro modo, sería desértica.

La primera intervención que alteró este ciclo fue la construcción de la presa de Asuán, que comenzó en 1959 impulsada por el presidente Gamal Abdel Nasser y se completó en 1970. Ubicada unos 850 kilómetros al sur de El Cairo, uno de los motivos de su construcción fue la generación de energía eléctrica y la disposición de agua para impulsar el regadío más allá de las riberas del río.

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La construcción de la presa de Asuán obligó al desplazamiento forzoso de alrededor de 100.000 a 120.000 personas como resultado de la creación del gran embalse (el lago Nasser), sin contar con el daño a la economía de los ribereños.

Sin embargo, su construcción obligó al desplazamiento forzoso de alrededor de 100.000 a 120.000 personas como resultado de la creación del gran embalse (el lago Nasser), sin contar con el daño a la economía de los ribereños y el coste de alterar los ecosistemas aguas abajo.

Pero lo más significativo fue que el ciclo de sedimentación, que tenía una vida de cientos de miles de años, desapareció. La agricultura tuvo que adaptarse a la planificación del regadío; se construyeron canales e instalaciones de bombeo para irrigar los cultivos y muchos agricultores tuvieron que recurrir a los fertilizantes químicos para suplir los que proporcionaba el limo.

La uniformización del caudal también trajo problemas de salinidad en algunas áreas, como la del delta del Nilo y otras zonas en las que el agua de las crecidas se llevaba las sales minerales acumuladas.

Una disputa post-colonial

La independencia de Egipto y Sudán vino acompañada por los problemas de gestión del agua. A finales de la década de 1950, ambos países entraron en disputas por el Nilo. En un primer acuerdo se repartieron el caudal: 55.500 millones de metros cúbicos para Egipto y 18.500 para Sudán; las cifras se basaron en el uso histórico del agua del río según el pasado colonial británico y no incluyó a Etiopía.

Según este criterio, Egipto era el que más necesitaba garantizar el control del caudal: para su clima principalmente desértico, el agua del Nilo representa hasta el 98% de sus recursos hídricos; en ningún país se de esta proporción tan abrumadora que pesó de forma decisiva en la mesa de negociación.

Para Sudán, el foco estaba en la seguridad para poder suministrar regadío y disponer de caudales suficientes para su incipiente red de presas hidroeléctricas. La firma del denominado Acuerdo de Uso del Nilo de 1959 significó un éxito diplomático que, aunque precario, permitió entrever un futuro de entendimiento.

 

La gran presa etíope entra en juego y estalla la guerra fría

En 2011, la situación dio un giro radical al anunciar Etiopía la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD, por sus siglas en inglés), un megaproyecto para albergar 70.000 millones de metros cúbicos de agua en un embalse de 247 kilómetros cuadrados. La esencia del proyecto era generar unos 6.000 megavatios de electricidad, que el Gobierno etíope considera imprescindibles para arrancar su proyecto de industrialización del país y vender energía a sus países vecinos.

El proyecto de la GERD alteró el equilibrio político que mantenían más o menos estable Egipto y Sudán. Se declaró una auténtica “guerra fría del agua”, con rumores de posibles ataques armados a la presa instigados por Mohamed Morsi, por entonces presidente de Egipto, que no llegaron a confirmarse. Con el fin de aliviar la tensión, en 2015 los dos países se reunieron con Etiopía y firmaron un acuerdo marco para cooperar en el uso del agua del Nilo. Sin embargo, en el documento no se abordaron todas las preocupaciones y las disputas no se resolvieron.

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La cuenca hidrográfica del Nilo se divide en la del Nilo Azul, que se extiende por Etiopía, y la del Nilo Blanco, que baña principalmente Sudán del Sur y tiene sus fuentes en en los territorios de Burundi y Ruanda.

A Egipto le preocupaba el mantenimiento del flujo en la presa de Asuán y a Sudán el control de las inundaciones que sistemáticamente venía sufriendo desde que el cambio climático alteró la intensidad de las lluvias estacionales. Etiopía argumentaba que la GERD regularía las avenidas; pero en 2020 no fue así, ni en 2021, cuando las inundaciones, esta vez causadas mayormente por el flujo del Nilo Blanco que había devastado Sudán del Sur, volvieron a asolar sus riberas.

El mapa de la cuenca hidrográfica del Nilo facilita entender la situación. Aguas arriba el río se ramifica de una forma compleja. En Sudán confluyen el Nilo Azul, proveniente de Etiopía, y el Nilo Blanco, que atraviesa Sudán del Sur. La presa GERD está situada a unos escasos 45 km de la frontera con Sudán, por lo que las alteraciones del caudal tienen una incidencia inmediata en el país.

El ODS 17 tiene el listón alto

En 2022, Etiopía inició el llenado definitivo de la GERD, en una decisión unilateral que provocó las protestas de Egipto y Sudán, y dio una vuelta de tuerca a la tensión política. Sin embargo, pese a la dificultad, los esfuerzos prosiguen. El pasado agosto, delegaciones de los tres países se reunieron, en El Cairo para negociar un “acuerdo legal” respecto a la gestión de la cuenca; sin embargo el gobierno etíope sigue mostrando resistencia a los requerimientos de sus países vecinos.

Los últimos años, han surgido datos que complican la decisión. Varios informes científicos han corroborado el aumento de salinidad del delta del Nilo, provocado tanto por las alteraciones del caudal – ya iniciadas con la presa de Asuán – como por la sobreexplotación de las aguas subterráneas y la subida del nivel del mar. La productividad de los agricultores del delta, la zona de aluvión más importante para la economía egipcia, se está viendo mermada año tras año.

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La gestión de la cuenca del Nilo es el mayor reto de cooperación internacional sobre recursos hídricos que existe actualmente. © Islam Hassan /Unplash

Por otra parte, la cuenca hidrográfica del Nilo se extiende por las zonas de mayor contraste climático del mundo: de las selvas tropicales tanzanas al desierto egipcio, sus aguas recorren el más amplio abanico de flora y fauna; al desembocar en el Mediterráneo, son uno de los grandes reguladores medioambientales y climáticos del sur de Europa y norte de África.

La gestión de la cuenca del Nilo es el mayor reto de cooperación internacional sobre recursos hídricos que existe actualmente. La solución debe llegar y demostrar que se pueden cumplir las metas del ODS 17: “Para que un programa de desarrollo se cumpla satisfactoriamente, es necesario establecer asociaciones inclusivas (a nivel mundial, regional, nacional y local) sobre principios y valores, así como sobre una visión y unos objetivos compartidos que se centren primero en las personas y el planeta”. Necesitamos más que nunca que esto sea una realidad. El agua debe unir, no dividir.