El agua está bajo sus pies

El agua subterránea salva vidas y es imprescindible para erradicar la pobreza allí donde la única oportunidad para beber es acudir a un estanque. En comunidades sin acceso al agua segura, conocer y usar sus acuíferos es la base de su salud y desarrollo. En Tanzania, con un simple pozo, vamos a transformar la vida de una aldea.

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Tener una charca, un lago o un arroyo como única posibilidad de acceso al agua es una realidad para más de 115 millones de personas en el mundo, casi el 1,44% de la población en 2022. En 2015, eran unos 164 millones, el 2,21 % de la población mundial de entonces. El avance existe pero es lento y el ritmo de mejora no augura alcanzar el ODS 6 en 2030; queda mucho por hacer.

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El agua subterránea salva vidas y es imprescindible para erradicar la pobreza allí donde la única oportunidad para beber es acudir a un estanque.

Según el Programa de Monitoreo Conjunto del Abastecimiento del Agua, el de Saneamiento e Higiene de UNICEF y la OMS (JMP), más de 59 millones de estas personas se encuentran entre los países más pobres del mundo, la inmensa mayoría en las zonas rurales.

El mapa del abandono

Algunos países muestran incluso un empeoramiento; como Costa de Marfil que, en 2022, ya sobrepasaba la cifra de un millón de habitantes de sus zonas rurales sin más posibilidad para beber que acercarse a una charca, lago o río para acceder al agua. Una situación similar se da en Níger y Chad, países con tasas negativas de evolución en el acceso a las aguas superficiales. Otros países africanos muestran un estancamiento sin mejoras notables, como Togo, Benín, Mauritania y la República Democrática del Congo.

Estos datos muestran una correlación con los de la defecación al aire libre. De los 377 millones que en 2022 aún no disponían de ningún tipo de retrete, más de 136 millones se encontraban en las zonas rurales de los países más pobres.

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En 2022, en Costa de Marfil ya se sobrepasaba la cifra de un millón de habitantes de sus zonas rurales sin más posibilidad para beber que acercarse a una charca, lago o río para acceder al agua. © Kafougue

En general las poblaciones que acceden al agua superficial y las que practican la defecación al aire libre está solapadas, y suelen alcanzar las mayores proporciones de empeoramiento en las zonas más pobres. Configuran el mapa del abandono.

Diarrea endémica

Consumir agua de charcas es una de las prácticas más insalubres. Los casos de enfermedades transmitidas por el agua afectan sobre todo a la población infantil. Según UNICEF, en todo el mundo, más de 1.000 niños menores de cinco años mueren cada día por enfermedades relacionadas con el agua en mal estado y la falta de saneamiento. También esta lacra hace perder millones de horas de escolarización en las zonas del mundo donde ésta es imprescindible para dibujar un futuro a los jóvenes.

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Consumir agua de charcas es una de las prácticas más insalubres. Los casos de enfermedades transmitidas por el agua afectan sobre todo a la población infantil. © Shawn

Los menores de zonas económicamente pobres son especialmente vulnerables a la diarrea bacteriana. Suelen estar desnutridos, por lo que su sistema inmunológico es deficiente, y se encuentran afectados por otras dolencias debido a la falta de atención sanitaria adecuada. Una diarrea infantil, que en el mundo económicamente desarrollado es un episodio que pasa muchas veces desapercibido, se puede volver letal en las zonas más deprimidas del mundo.

El poder sanador de un simple pozo

Tanzania es otro de los países que mejoran muy lentamente en acceso al agua. Según el JMP, 7,4 millones de personas de las zonas rurales, el 18% de la población, seguían consumiendo agua superficial en 2022; tan sólo un punto de mejora respecto a 2015, cuya tasa era del 19%.

En Kwedizinga, una aldea de Tanzania, estamos iniciando un proyecto junto con World Vision para asegurar el agua potable todo el año a casi 4.000 personas que hasta ahora no disponían más que de dos pequeños estanques cercanos para su uso doméstico, abrevar a su ganado y regar sus pequeños huertos.

La región de Tanga, donde se ubica Kwedizinga, se sitúa al este y es ribereña del océano Índico. Allí experimentan dos periodos húmedos distintos: las lluvias cortas (Vuli) de octubre a diciembre y las lluvias largas (Masika) de marzo a mayo. Durante la primera estación es frecuente que los estanques se sequen o lleven tan poca agua que ésta se corrompa; entonces no hay agua ni para abrevar el ganado. El cambio climático está empeorando la situación, aumentando los periodos de sequía y con ello la incertidumbre de la supervivencia de la población.

El proyecto se basa en la excavación de un pozo y en la instalación de un sistema de distribución a fuentes localizadas. Para ello trabajaremos con los aldeanos en un estudio hidrológico para identificar los acuíferos; es un primer paso fundamental para que la comunidad conozca y tome conciencia de la riqueza que tienen bajo sus pies. De la misma manera, excavaremos el pozo y construiremos un depósito de almacenamiento de agua, analizando su calidad. Instalaremos una bomba mecanizada por energía solar y construiremos la red de fuentes comunitarias para garantizar que la población acceda en un radio máximo de 400 metros.

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La mayoría de los que no disponen de acceso seguro al agua, la tienen bajo sus pies y un simple pozo cavado en el lugar adecuado cambia sus vidas. © Konouyawo

Los beneficios inmediatos para la población serán la disponibilidad de agua todo el año, la salud de los niños y la liberación de la carga de las mujeres de tener que ir a los estanques con bidones. Pero el beneficio más valioso deriva del conocimiento de la existencia del agua subterránea, de cómo extraerla y cómo cuidarla.

La mayoría de los que no disponen de acceso seguro al agua, la tienen bajo sus pies y un simple pozo cavado en el lugar adecuado cambia sus vidas.