La adaptación al clima necesita la educación

En las zonas semiáridas del Brasil se enfrentan a un reto climático creciente. Las sequías persistentes arruinan las granjas familiares y dañan los ecosistemas. Mejorar el sistema educativo es la mejor herramienta para lograr la resiliencia y la adaptación frente a un futuro marcado por las crisis hídricas.

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La Región Semiárida de Brasil es una de las zonas más amenazadas por la crisis climática. Dentro de esta región se encuentra el Sertón (Sertão) una subregión que se caracteriza por una estación seca prolongada y lluvias escasas y mal distribuidas a lo largo del año. El Sertón abarca varios estados del noreste, como Ceará, Piauí, Paraíba, Rio Grande do Norte, Alagoas, Sergipe y partes de otros estados como Bahía y Maranhão. Se encuentra dentro del denominado “polígono de la sequía”, un término que el Gobierno brasileño utilizó para identificar las áreas más afectadas por la escasez de agua y la aridez con el propósito de implementar políticas y programas de desarrollo específicos.

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En las zonas semiáridas del Brasil se enfrentan a un reto climático creciente. © A. Duarte/ Brasil – Piauí

Dos duras sequías que han cambiado la forma de vivir

La vasta región del noreste, que se extiende por ocho estados, ha experimentado esta última década dos sequías devastadoras que han deprimido la agricultura y ganadería y degradado sus ecosistemas; son consecuencias que afectan a todas las zonas semiáridas de la Tierra y que ponen en jaque la estabilidad socioeconómica de cientos de millones de personas. Las últimas crisis hídricas han puesto a prueba la legendaria resiliencia de las comunidades del Sertón, cuyas tres últimas generaciones no han conocido otra forma de vida que la que caracteriza el reto climático constante y la irregular atención gubernamental para ayudar a solventar sus problemas humanitarios.

En 2012, en el Sertón comenzó la que los climatólogos locales calificaron como la peor sequía en cien años. Una combinación perversa de factores, como el fenómeno de El Niño en el Pacífico, el aumento de temperatura del Atlántico Norte y el calentamiento atmosférico, causaron en el estado de Ceará un aumento de la temperatura de 1,3ºC respecto a la media de los últimos 50 años.

Las bajas precipitaciones persistieron durante cinco años y el paisaje dio testimonio de ello: la caatinga – nombre indígena que significa “bosque blanco” por el característico color blanquecino de la vegetación en la estación seca- perdió las hojas y se ennegreció. Tres de los 25 millones de habitantes de la región sufrieron desabastecimiento hídrico y en muchos pozos el agua se volvió salobre y no apta para el consumo ni el riego. El Gobierno comenzó a llevar agua gratuita en camiones cisterna para que el consumo diario por persona llegara a los 20 litros establecidos por la OMS.

La situación se repitió en 2020, cuando la zona aún no se había recuperado, y muchas ONG organizaron sistemas de recogida de agua y ayudaron a las comunidades para desarrollar estrategias adaptativas basadas en la rica cultura ancestral agrícola y en el desarrollo de técnicas de recogida de agua, así como de riego eficiente.

Lucha por la diversificación de cultivos

Además de la erosión del suelo, con la consiguiente amenaza de desertificación, uno de los principales problemas que quedaron como secuelas de las sequías fue la dependencia de los cultivos resistentes al estrés hídrico que, pese a consumir menos agua, tienen en muchos casos una menor productividad y limitan la diversificación de cultivos. Es el caso del algarrobo, la mandioca y el sorgo forrajero.

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Uno de los principales problemas que quedaron como secuelas de las sequías fue la dependencia de los cultivos resistentes al estrés hídrico. Es el caso del algarrobo, la mandioca y el sorgo forrajero © Loco085

Muchos de los esfuerzos se enfocan en promover la diversificación introduciendo nuevas variedades adaptadas y prácticas agrícolas sostenibles. Ello implica la construcción de cisternas para el almacenamiento de agua, la adopción de técnicas de conservación del suelo, y la implementación de programas de educación y capacitación en las comunidades.

La climática y la educativa: dos crisis que no deben solaparse

Para que estos programas de capacitación sean efectivos el sistema educativo no puede fallar. En este sentido, las comunidades de las regiones del noroeste brasileño, que engloba las regiones semiáridas, y el norte y centro amazónico, arrastran un lastre. Según UNICEF, en una de las zonas más perjudicadas por la pasada pandemia de la covid-19, casi 5.000 escuelas sufren importantes deficiencias; precisan de atención urgente pues no disponen de acceso al agua asegurado ni de instalaciones de higiene. Esto significa que más de 250.000 alumnos (niños y adolescentes) ven comprometidos sus estudios y su salud.

En concreto, en el estado de Ceará, en el extremo norte de la Región Semiárida, 106 escuelas no disponen de un adecuado acceso al agua. Allí, en el municipio de Caucaia hemos completado con UNICEF un proyecto para garantizar las mejores condiciones de agua, saneamiento e higiene a los alumnos y docentes. Más allá de las instalaciones, el objetivo de la intervención es la creación de una cultura del agua basada en el conocimiento. Para ello, la capacitación de docentes en el desarrollo de la higiene y las técnicas del uso del agua es clave para desarrollar nuevos hábitos de salud y control de infecciones.

El conocimiento, la mejor herramienta adaptativa

El conocimiento del ciclo del agua y su relación con los cultivos y el equilibrio medioambiental es imprescindible para desarrollar programas de adaptación al estrés hídrico efectivos.

Para los niños y niñas de las zonas más vulnerables, como la de Ceará, la educación es supervivencia; es la única herramienta que los puede capacitar para gestionar su futuro. Tienen que convertirse en agentes de transmisión de conocimiento: aprender ciencias naturales, sociales y humanidades para comprender los principios del desarrollo sostenible, tecnología para acceder al agua, higiene para no enfermar, un conocimiento que les dará resiliencia y capacidad adaptativa. Y lo que aprendan en la escuela lo transmitirán a sus familias y así crearán una nueva cultura social capaz de prosperar un entorno hostil en el que el agua, que ahora ya les falta, aún escaseará más.

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Para los niños y niñas de las zonas más vulnerables, como la de Ceará, la educación es supervivencia; es la única herramienta que los puede capacitar para gestionar su futuro. © Stephan Bachenheimer/ World Bank

Según UNICEF, en la próxima década 175 millones de niños y niñas se verán afectados por la alteración del clima y tendrán que sobrevivir en un entorno con menos recursos hídricos y mayor inseguridad alimentaria. Todos ellos, y el 88% de los adolescentes del mundo viven en países en desarrollo que son los más vulnerables al incremento de la temperatura, la sequía y los fenómenos meteorológicos violentos.

Asegurar la educación en las zonas rurales es la base para proporcionar perspectivas de futuro a la comunidad. Si los jóvenes están capacitados podrán revertir su empobrecimiento y avanzar hacia el reequilibrio territorial, condición imprescindible para alcanzar, o por lo menos aproximarnos, a los objetivos de la Agenda 2030.