Los pueblos indígenas, salvaguardas del planeta

Los pueblos indígenas ocupan una cuarta parte de la superficie del planeta, pero protegen el 80 % de la biodiversidad que aún nos queda. Están seriamente amenazados por la deforestación, la agricultura industrial, el turismo y el extractivismo. Pierden sus tierras y su agua, y se llevan la peor parte del cambio climático. Tenemos la responsabilidad de acabar con su injusticia, pues ellos nos tienen que ayudar a hacer este mundo más habitable.

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En India hemos iniciado un proyecto para llevar saneamiento y educación en la higiene a los Irular , un pueblo indígena que habita en el sur de India. Los Irular viven en la pobreza extrema y sufren un notable abandono. La práctica de la defecación al aire libre y su falta de conocimientos de higiene los hace extremadamente vulnerables a las enfermedades diarreicas, las infecciones por lombrices intestinales y la poliomielitis. Con el proyecto conseguiremos que la salud de más de 1.200 irulares mejore y tengan más recursos para subsistir.

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Los pueblos indígenas ocupan una cuarta parte de la superficie del planeta, pero protegen el 80 % de la biodiversidad que aún nos queda.

Hace un par de años finalizamos otro proyecto que nos llevó a conocer el abandono de los Chenchu, grupos tribales que viven en el área forestal de Nallamala, en Andhra Pradesh. Son extremadamente vulnerables y están siendo perjudicados por la presión sobre su cultura tradicional y la falta de recursos. Allí intervenimos en tres aldeas y sus escuelas, proporcionando acceso al agua y saneamiento, reduciendo el tiempo y la carga de trabajo de las mujeres, que luego pudieron integrarse en actividades comunitarias.

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En India hemos iniciado un proyecto para llevar saneamiento y educación en la higiene a los Irular.

Tanto los Irular como los Chenchu son ejemplos del abandono que sufren la mayoría de pueblos indígenas del mundo. Suelen carecer de reconocimiento legal de sus tierras, territorios y recursos naturales, y están excluidos del mismo sistema económico formal que les rodea y presiona. Ante la degradación de su hábitat, tienen pocos recursos para que su cultura tradicional sobreviva en un entorno hostil y se encuentra indefensos ante los embates del cambio climático.

Afectados por megaproyectos hídricos

Difícilmente los pueblos indígenas acceden a la justicia y están generalmente excluidos de la toma de decisiones sobre cuestiones que con frecuencia les afectan directamente. Estos últimos años se están dando casos flagrantes de atropello. El más conocido es el de los pueblos indígenas del Amazonas, que están acorralados por la deforestación, la expansión de la agricultura industrializada y la minería. En todos estos casos, lo que siempre se destruye son las fuentes de agua y su calidad, luego viene el desplazamiento forzoso, la indignidad y la miseria.

Entre los desastres humanitarios más conocidos destacan por lo paradójico y tristemente irónico los causados por megaproyectos hídricos, que tienen como objetivo oficial facilitar agua para riego y energía para la población, pero se llevan por delante los recursos hídricos naturales de las comunidades indígenas.

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La ONU estima que en el mundo hay 476 millones de personas indígenas. © Pasión Viajes

Las grandes presas son un buen ejemplo. La construcción de la de Bakun, en Malasia, ha desplazado a las comunidades de las etnias Kenyah y Kayan, y ha alterado sus fuentes de agua y sus medios tradicionales de subsistencia. En Uganda, el embalse de Bujagali en el río Nilo también ha expulsado de sus tierras a los pueblos Basoga, destruyendo su agricultura y degradando su entorno natural.

Uno de estos megaproyectos del que más se hablado es el de la presa Gibe III, sobre el río Omo, en Etiopía, cuya construcción comenzó en 2008 y finalizó en 2015. Además de alterar la cuenca hidrológica hasta el lago Turkana, en Kenia, antes de unirse al Nilo, la presa ha afectado a comunidades indígenas como los pueblos Mursi, que dependían del flujo natural del río. Los Mursi ahora se enfrentan a una grave escasez de alimentos y a un programa de modernización promovido por el Gobierno, que está invadiendo sus tierras tribales.

Sin recursos frente a la crisis climática

El legado de desigualdad y exclusión ha aumentado la vulnerabilidad de las comunidades indígenas frente a los impactos del cambio climático y los peligros naturales. Estos últimos años la ONU y los científicos no cesan de alertar acerca del impacto que el calentamiento global está ejerciendo sobre las comunidades indígenas del Ártico que se enfrentan al derretimiento de los glaciares, un fenómeno que altera sustancialmente su modo de vida.

En el otro extremo, en las zonas desérticas la presión por encontrar agua ha aumentado, amenazando la supervivencia de las etnias tribales. Los Bosquimanos en el Kalahari, los Tuareg en el Sahara y los Himba en el desierto de Kaokoland ven como se vuelve incierto el pasto para sus rebaños que su cultura centenaria les ha enseñado a encontrar en cada estación.

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Según el Banco Mundial, estas comunidades ocupan una cuarta parte de la superficie del mundo, pero protegen el 80 % de la biodiversidad que aún queda en el planeta. © Ian Sewell

Paradójicamente, una ventaja con que cuentan estos pueblos es precisamente el desierto, una zona a la que cuesta llegar la moderna economía – el petróleo y los fosfatos son una excepción – añadiendo presión sobre los indígenas. No ocurre así en las zonas semiáridas, en las que los perjuicios del cambio climático se ceban en pueblos que ya están experimentando los efectos degradantes de la industria. Es el caso de los Masai, pastores de las áreas semiáridas del este de África, cuyas tierras están siendo invadidas por la agricultura comercial, la minería y el turismo. Algo similar les ocurre a los Wayú, los “hijos del dios de la lluvia y de la madre tierra” que habitan en una zona semiárida de la península de La Guajira y sufren el deterioro que la minería y el turismo causan en su modo de vida y en su cultura ancestral.

Acabar con la injusticia

La ONU estima que en el mundo hay 476 millones de personas indígenas. La tierra en la que viven y los recursos naturales de los que dependen están esencialmente vinculados a su identidad, cultura y medios de subsistencia, así como también a su bienestar físico y espiritual. Este legado humano está en serio peligro de extinción.

Según el Banco Mundial, estas comunidades ocupan una cuarta parte de la superficie del mundo, pero protegen el 80 % de la biodiversidad que aún queda en el planeta. Son sólo el 6% de la población mundial y constituyen alrededor del 19% de los que vive en la extrema pobreza. Su esperanza de vida es hasta 20 años inferior a la de las personas no indígenas, incluyendo las más pobres.

Los pueblos indígenas abarcan una amplia gama de culturas que guardan una forma de vida tradicional que está estrechamente vinculada a los bosques, la sabana, el desierto, el mar, los ríos… Tienen conocimientos y experiencias ancestrales acerca de cómo adaptarse, mitigar y reducir los riesgos derivados del cambio climático y los desastres naturales. Constituyen una auténtica hoja de ruta para inspirar las soluciones basadas en la naturaleza por las que abogan los científicos y se esfuerza por difundir la ONU.

Para salvar este inestimable legado, tenemos que acabar con la tenencia insegura de la tierra, que es el factor que más pone en peligro la supervivencia cultural, genera crisis humanitarias y amenaza los servicios ecosistémicos de los que todos dependemos. Uno de los principales objetivos de la cooperación internacional debe ser la salvaguarda de los derechos de los pueblos indígenas. Debemos pasar de las declaraciones de buenas intenciones a compromisos tangibles y vinculantes. Desde la sociedad civil tenemos la responsabilidad de movilizarnos y empujar al poder político e institucional en este sentido.