La tecnología es necesaria, pero no lo es todo

©David Russo
Smart Water Grid. Singapur. Más de 320 sensores instalados en Singapur para monitorear constantemente la presión, el flujo y la calidad del agua en la red.

Tenemos que pensar más en cómo interactuamos con el agua que en cómo la controlamos. Los países más avanzados están diseñando una red de agua inteligente capaz de controlar los problemas de suministro y prevenir los desastres naturales. Pero la solución basada en un modelo exclusivamente tecnológico no es la adecuada y puede incrementar las enormes barreras ya existentes para los que ni siquiera tienen agua.

Decía Leonardo da Vinci que “el agua es la sangre de la tierra”, el elemento primordial de la vida en nuestro planeta. La analogía con el cuerpo humano que inspiró los estudios hidrológicos e hidráulicos del genio renacentista lo llevó a profetizar que el agua desbordada de las grandes inundaciones acabaría con la vida en la Tierra del mismo modo que la sangre derramada acababa con la vida del cuerpo. Leonardo quedó impresionado de joven por las inundaciones que había presenciado en su Toscana natal.

La inmensa red de conducciones que permiten el suministro de agua es una prolongación artificial de la red de arroyos y ríos que configuraban el “sistema circulatorio” evocado por Leonardo. Este sistema ha necesitado siempre una tecnología para su funcionamiento. Desde los acueductos griegos y romanos a los modernos circuitos de distribución, la ingeniería hidráulica no ha dejado de evolucionar para realizar una función que ha sido vital para el desarrollo de la humanidad: controlar el agua, gestionar tanto el suministro como el saneamiento y predecir el comportamiento de los ríos y acuíferos; de la salud de este sistema depende la vida en el planeta.

Imagen We Are Water

©Profesor James Wescoat
Una red de agua inteligente para la cuenca del Indus.
Planicies irrigadas de la provincia de Punjab en Pakistán, vistas desde una torre mogol en el distrito de Sheikhpura

El agua malgastada

Unos 4.000 km3 de agua circulan por una inmensa red de todo tipo de conducciones para llegar a su destino: el 69% riega los campos agrícolas, el 19% alimenta la industria y el 12% se destina a usos urbanos y domésticos en los hogares de las personas.

Por su antigüedad (hay instalaciones del siglo XIX aún operativas), la estructura de las conducciones y sus sistemas de control tienen muchas deficiencias que originan fugas y desperdicios. Si sumamos otros factores, como desastres naturales, conflictos bélicos y errores humanos, las pérdidas se acumulan. Según datos del Banco Mundial perdemos en la red 45 millones de m3 de agua cada día, el equivalente a 45.000 piscinas olímpicas.

Es la denominada Agua No Registrada (ANR), que es la diferencia entre el volumen suministrado a la red y el volumen que se registra en los medidores finales del proceso. Con esta cantidad de agua se podría abastecer las necesidades de 200 millones de personas, un auténtico desperdicio que es hiriente en las zonas de estrés hídrico, especialmente ante los tiempos de escasez que se auguran por el cambio climático y el crecimiento demográfico. En España tenemos una tasa de ANR importante: el 23% del agua suministrada a la red se pierde.

La tecnología al rescate

Esta inmensa red de conducciones y depósitos ha sido muy difícil de controlar en el espacio y el tiempo. Si le añadimos las infraestructuras de saneamiento, nos encontramos con un organismo muy complejo. Para manejarlo con eficiencia necesitamos ser capaces de la optimización de dos procesos hasta ahora poco eficientes: saber el qué, cómo y dónde de lo que ocurre en la red en tiempo real (análisis descriptivo) y saber lo que va a ocurrir (análisis predictivo). Para ambos procesos hace falta un sistema fundamental compuesto por sensores, transmisión de datos y procesamiento de datos. Siguiendo con la analogía de Leonardo: el sistema nervioso.

En nuestro planeta ya hay más sensores que seres humanos y van en aumento. Los sensores miden variables que, en el caso del agua son la presión, el caudal, la temperatura, determinados tipos de contaminación, etc, y transmiten los datos a un centro de proceso. Este torrente de información alimenta la gran nube del denominado Big Data donde programas informáticos cada vez más capaces la procesan generando sistemas automáticos de control que actúan en función de lo que ocurre.

Ésta es la esencia de las smart cities, que pueden verse así como extensos sistemas de automatismo inteligente capaces de procesar también la información proveniente de los hogares, fábricas y oficinas, donde cualquier máquina estará conectada a corto plazo en el Internet de las Cosas (IoT, según sus siglas en ingés). Pero también esta inteligencia se aplica a la agricultura para optimizar los sistemas de riego y el control de los pozos, por ejemplo.

Pero el Big Data no se queda aquí. Permite abordar el análisis predictivo del comportamiento del agua, procesando datos meteorológicos y climáticos, tendencias de consumo, fluctuaciones ocasionales de la población e incluso epidemias, conflictos bélicos, movimientos migratorios, trending topics en las redes sociales y consultas a Google.

Esta capacidad de análisis está configurando la que se ha definido como smart water grid (SWG), la red inteligente de agua, auténtico oráculo del comportamiento del suministro y el saneamiento. Con ella, los operadores obtendrían una gestión mucho más eficiente y podrían ahorrar gran cantidad de agua y energía, y reducir los costes por inundaciones y sequías con una mejor adaptabilidad a los avatares del cambio climático. José Luis Martín, Program Officer de ONU Habitat /y miembro de la Global Water Operators’ Partnerships Alliance (GWOPA) lo explica en este vídeo durante el Masterclass Water & Jobs organizado por la Fundación durante el Día Mundial del Agua 2016:

Vídeo

En efecto, del mismo modo que nuestro cerebro detecta anomalías en la circulación sanguínea, una red de agua inteligente detectaría inmediatamente fugas en las conducciones, pérdidas de carga, consumos excesivos de energía y daría alertas ante determinados tipos de contaminación; sería capaz de predecir inundaciones por tormentas, dosificar el riego en función de la humedad del aire y contaminar menos. Los operadores del agua, que son el cerebro racional de este complejo sistema circulatorio y nervioso, usarían esta red para interconectarse, compartir información y proporcionar un mejor servicio a gran escala.

Imagen We Are Water

©UN-Habitat
Indundaciones en Pakistan

Pero la tecnología no lo es todo

Sin embargo, el cambio climático, los movimientos migratorios y el crecimiento desordenado de gran parte de las ciudades han puesto en evidencia que no basta con un control tecnológico para solucionar los problemas del agua, y son muchas las corrientes de pensamiento que previenen que el potencial de la inteligencia digital no debe hacernos olvidar que hemos de encontrar modelos de crecimiento equilibrados a gran escala.

En el caso de las smart cities tenemos un ejemplo en las inundaciones sufridas por París el pasado mes de junio. El complejo sistema “inteligente” de la capital francesas, situada en el ranking de IESE “Cities in Motion” como la tercera ciudad smart detrás Nueva York y Londres, no pudo predecir las consecuencias de las lluvias torrenciales que provocaron la crecida más importante del Sena en los últimos 30 años. Según los expertos en ecología urbana, como el profesor de la Universidad de Harvard, Richard T. T. Forman, una de las principales figuras de la Ecología del Paisaje, una ciudad no puede aislarse de la cuenca hidrográfica a la que pertenece, sino establecer una relación con ella.

Forman aboga por respetar e interconectar las áreas dedicadas al agua y la biodiversidad, que es precisamente lo que no ocurre en las grandes ciudades del mundo, por más “inteligentes” que sean. En el futuro, la “inteligencia” de las ciudades se medirá no por el uso que hagan de las nuevas tecnologías, sino por la relación que establezcan con su entorno. Para Ecología del Paisaje es preciso redimensionar las ciudades para paliar los graves desajustes que han producido en el entorno durante las últimas décadas, y que en algunos casos van en aumento. No sólo tenemos que repensar la red hidrológica como un sistema que debe ser automatizado, sino como ese organismo vivo e incontrolable que apuntó Leonardo y del que debemos estar aprendiendo constantemente.

La paradoja: mejor control y predicción para los que menos lo necesitan

La generalización del control tecnológico como modelo de crecimiento está creando la paradoja de que en el mundo pobre, donde más se necesita el control del agua y el saneamiento, menor acceso a la tecnología hay. Donde más amenazan la sequía y las inundaciones, menor capacidad de previsión tienen sus gestores. Como bien señalaba Pedro Luis Peñalver, director de la empresa de ingeniería Exceleria, durante el debate Smart Water, Smart Cities, que el pasado noviembre organizó la Fundación en el certamen iWater, la tecnología no puede ser una barrera para los que no la tienen:

Vídeo

Ya existe una competencia positiva a favor de las comunidades que utilizan los avances tecnológicos frente a las que no, y esto debe corregirse. La tecnología debe servirnos también para llevar una gestión eficiente del agua y el saneamiento a los tugurios, a los campos diezmados por la sequía, a las mujeres que tienen que andar a por ella, a los que sufren los desastres naturales… Sería aconsejable avanzar recordando a Leonardo: como la sangre en nuestro cuerpo, la sangre de la tierra no puede faltar para la vida.