Las mujeres, en el centro de la respuesta

En los países pobres, la pandemia se ceba en las mujeres, el colectivo que siempre ha estado en primera línea de la lucha por el acceso al agua y al saneamiento. © Carlos Garriga / Fundación We Are Water

Las mujeres, que sufren la explotación, la violencia y el olvido, juegan el papel más comprometido de cualquier crisis. Ahora, las que sufren la falta de acceso al agua y al saneamiento son también las más perjudicadas por la pandemia desatada por la covid-19. El ODS 5 está en serio peligro y no podemos tolerarlo. Ninguna solución es posible sin las mujeres en el centro de la respuesta.

Las crisis dañan más a los que partían de posiciones más desfavorecidas. En los países pobres, la pandemia se ceba en las mujeres, el colectivo que siempre ha estado en primera línea de la lucha por el acceso al agua y al saneamiento. Las mujeres son claves en las sequías, acarreando y distribuyendo la poca agua disponible; vertebran a sus comunidades en las hambrunas, racionando los alimentos y gestionando la nutrición de sus familias; gestionan las fuentes de agua y los pozos y, en el caso de los desastres naturales, son la base de la reconstrucción y la resiliencia. Ahora, lo tienen más difícil.

Andar es más difícil

Entre los 2.100 millones de habitantes del planeta que no tienen suministro de agua ubicado en el lugar de uso, disponible cuando se necesita y no contaminado, son más de 800 millones los que tienen que ir a buscar el agua a más de 1.000 metros de su hogar. La inmensa mayoría son mujeres y niñas. La covid-19 ha agravado esa situación, ya que muchas han visto su movilidad restringida por el Gobierno o simplemente por temor al contagio. En casi todos los países de África, Asia y Latinoamérica, las autoridades han movilizado una flota de camiones cisterna para distribuir agua y elementos de higiene, como el jabón. Pero la ayuda no siempre llega certera, pues en muchos casos ha fallado también el suministro a los hogares que ya disponían de él. En todo el mundo la cifra de los que no disponen de servicio de agua y jabón en sus casas llega a 3.000 millones.

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Son más de 800 millones los que tienen que ir a buscar el agua a más de 1.000 metros de su hogar. La inmensa mayoría son mujeres y niñas. © Carlos Garriga / Fundación We Are Water

Las mismas mujeres que tienen que acarrear el agua son las que cocinan y por tanto constituyen un baluarte en la higiene de comunidad. De este modo, la situación respecto al acceso al agua y la higiene de millones de familias en todo el mundo ha empeorado con la pandemia. El objetivo de #NoWalking4Water cobra ahora más significado que nunca.

 

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Mujer accediendo a una letrina en Burkina Faso. © Carlos Garriga / Fundación We Are Water

Las olvidadas del saneamiento

Entre los 695 millones de personas, que se estima defecan al aire libre, las mujeres son las que sufren las peores consecuencias. Su falta de empoderamiento impide muchas veces que prevalezcan sus derechos de intimidad, seguridad e higiene. Este problema es especialmente hiriente en India, sobre todo entre las mujeres que pertenecen a las castas más bajas, su exclusión social acentúa los problemas que éstas sufren por falta de acceso al agua, inodoros y educación higiénica.

La lucha contra la pandemia ha bloqueado muchos de los programas para combatir esta lacra. La aplicación caótica de las medidas de confinamiento que se ha dado en muchos países pobres ha creado un problema adicional a los que se ven obligados a salir de sus chabolas de los suburbios urbanos para hacer sus necesidades. La ausencia de intimidad lleva a la mayoría de mujeres a posponer sus necesidades fisiológicas a la noche, pero el riesgo que corren es alto: se ven expuestas al ataque de alimañas, a robos y a asaltos sexuales. En las zonas más pobres de India, como en las aldeas del distrito de Anantapur, donde la Fundación We Are Water colabora en proyectos de saneamiento con la Fundación Vicente Ferrer, es habitual que las mujeres tengan que recorrer hasta un kilómetro a oscuras, a horas de madrugada, para alcanzar los descampados.

Las medidas de confinamiento justificadas por la higiene son totalmente contradictorias para ellas. Al no poder acudir a la maleza o los descampados en grupo, tal como solían hacer para defenderse, las mujeres están más expuestas a los ataques criminales. Si no expulsan las heces o la orina cuando su cuerpo lo solicita, su organismo se predispone a múltiples enfermedades y a la desnutrición crónica por un funcionamiento inadecuado del aparato digestivo, con la consecuente deficiencia inmunológica. Según el informe sobre salud pública del Gobierno indio de 2013, en el estado de Andhra Pradesh al que pertenece Anantapur, el 33,5% de las mujeres está por debajo del peso ideal recomendado por la OMS, y el 63% de las solteras entre 15 y 49 años, y el 56,4% de las embarazadas sufre anemia. Son cifras muy superiores a las de los hombres del mismo nivel económico, que rondan el 20%. El mismo año se registraron en Andhra Pradesh más de 1,7 millones de casos de enfermedades diarreicas, más de la mitad en mujeres.

 

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Cerca del 60 % de las mujeres trabaja en la economía informal, lo que las expone aún más a caer en la pobreza. © Carlos Garriga / Fundación We Are Water

Muchas mujeres no existen

El estallido de la pandemia ha desvelado otro de los problemas endémicos de los países más pobres: la falta de censos fiables en las zonas más abandonadas, que convierte en “invisibles” a buena parte de la población nómada o migrante. En algunos países africanos, las mujeres y las niñas quedan aún más marginadas a causa de estadísticas sexistas que no contabilizan a las que dan a luz antes de los 15 años, porque se considera que aún no están en edad reproductiva.

Este problema ha dificultado seriamente la efectividad de los programas de ayuda en acceso al agua, a no poder contabilizar con exactitud las horas que las mujeres emplean en ir a por agua, a cocinar o a arar la tierra. Ahora también dificulta las estrategias sanitarias para frenar la pandemia. Si no se sabe si existen, o dónde viven o lo que hacen, no se las puede ayudar.

Algo parecido ocurre en los planes para promover la higiene urbana. La falta de información actualizada sobre el acceso al agua hace que sea imposible una gobernanza efectiva en los tugurios de las grandes urbes, donde muchas personas que se han visto obligadas a cavar pozos o a consumir aguas superficiales por su cuenta, y que escapan a todo control sanitario, no están incluidas en los registros oficiales.

 

Víctimas de la economía informal

La brusca reducción de la actividad económica generada por la pandemia ha afectado gravemente a los trabajadores informales, que según el Banco Mundial, son más de 2.000 millones en todo el mundo. Éstos subsisten con trabajos temporales, sin contratos, en la industria, la agricultura y los servicios; son la mayoría de vendedores ambulantes y de los que se prestan a realizar los trabajos más duros e insalubres; y son casi la totalidad de los recolectores de basuras. En los países más pobres este colectivo marginado alcanza el 90 % de los que trabajan.

Cerca del 60 % de las mujeres trabaja en la economía informal, lo que las expone aún más a caer en la pobreza. Un caso significativo, que no sólo es endémico en los países pobres sino también en los ricos, es el de los trabajos de servicio doméstico. Según la Organización Internacional de Trabajo (OIT), las tres cuartas partes de los 67 millones de trabajadores domésticos que hay en el mundo son informales y la inmensa mayoría son mujeres. El confinamiento ha dejado a la mayoría de ellos en la calle.

 

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Mujeres trabajando en la fabricación de compresas higiénicas en un proyecto de la Fundación We Are Water en Haiderpur haryana, India, © Carlos Garriga / Fundación We Are Water

En primera línea frente a la pandemia, pese a la misoginia

Las mujeres están en primera línea en la lucha contra la pandemia, y cada crisis sanitaria las perjudica de forma especial. Ocurrió con el zika, en Latinoamérica, y el ébola, en África, cuando millones de mujeres acarrearon con la responsabilidad de los cuidados a los enfermos. Casi siempre, la falta de inversión en los sistemas sanitarios y en las ayudas a la dependencia convierte a las mujeres en la fuerza de choque que amortigua la falta de recursos médicos. En el pasado brote de ébola en África, en muchos casos se dio la circunstancia de que estas mujeres que trabajaban en hospitales de campaña eran las encargadas de ir a por agua para los enfermos, al tiempo que tenían que cuidar de sus propios hijos a pesar del riesgo de infección. Según la OMS, dos tercios de las personas infectadas de ébola en el brote fueron mujeres.

Ahora, en la pandemia del coronavirus, las mujeres vuelven a llevar el peso de la lucha sanitaria en centros sanitarios y en sus hogares. El trabajo de cuidados no remunerado de las mujeres ha aumentado de manera significativa como consecuencia del cierre de las escuelas y el aumento de las necesidades de los ancianos.

Y en muchos países lo hacen pese a los tabúes culturales que las excluyen y estigmatizan. En algunas culturas, como la India, el tabú de la menstruación sigue siendo una lacra social que afecta a millones de mujeres y perjudica notablemente a las que no disponen de saneamiento adecuado para su privacidad y necesidades básicas de higiene. También, en algunas sociedades, son las viudas o las mujeres violadas las que son repudiadas socialmente. Ahora, con la pandemia, su futuro es mucho más incierto.

La covid-19 podría revertir los escasos logros que se han alcanzado en materia de igualdad de género y derechos de las mujeres que configuran el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 5. No podemos tolerarlo. La lucha por el acceso al agua y el saneamiento nos ha enseñado que ninguna solución es posible sin las mujeres en el centro de la respuesta. Éste es un factor clave para el éxito de cualquier estrategia sanitaria y de recuperación económica.