Sequía hidrológica. No todo depende de la lluvia

No siempre la falta de agua la provoca la carencia de lluvias. La gestión ineficiente también es causa de estrés hídrico y escasez. Comprender el ciclo hidrológico es clave para cualquier estrategia de adaptación a las sequías.

Que llueva después de un periodo de sequía severa no quiere decir que se solucionen los problemas creados por la falta de agua. La mayor parte de comunidades del cinturón subtropical del planeta lo están experimentando: a las sequías prolongadas les suelen suceder periodos de precipitaciones, a veces abundantes, pero la recuperación de los suministros racionados, el estrés hídrico de los bosques y los daños en los cultivos tardan en notar el retorno de la lluvia. Buena parte del mundo estamos aprendiendo la diferencia entre la sequía meteorológica y la hidrológica.

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No siempre la falta de agua la provoca la carencia de lluvias © Imagen de maniacvector en Freepik.

Dos sequías distintas pero interrelacionadas

La sequía meteorológica es la que se se da en una región geográfica específica a consecuencia de un período de tiempo prolongado con precipitaciones por debajo de lo normal. Las causas son diversas, pero siempre relacionadas por cambios en la circulación atmosférica. El cambio climático ha alterado significativamente esta dinámica, incrementando los periodos de falta de lluvias.

La sequía hidrológica es la falta prolongada de agua en los recursos hídricos. Se refiere pues a la interrupción del uso humano del agua que no se encuentra allí donde se la busca, como en los ríos, lagos, embalses y acuíferos. Obviamente, puede ser causada por una sequía meteorológica prolongada, pero también por el uso excesivo, la contaminación o el malgasto de agua por parte de las actividades humanas, factor que se ha incrementado notablemente durante el Antropoceno.

Una visión detenida del ciclo hidrológico

Las diferencias e interrelaciones entre las sequías meteorológica e hidrológica deben comprenderse bien para hacer frente a los problemas que generan, desarrollar soluciones adaptativas y salvaguardar el capital natural del agua, el activo más importante que tenemos para afrontar la incertidumbre climática.

A corto plazo, no podemos hacer nada frente a la sequía meteorológica, pero sí frente a la hidrológica, que podemos combatir con la adecuada gestión de los usos del agua; para ello es preciso conocer los factores que la determinan.

El seguimiento del ciclo hidrológico desvela muchas claves. El agua de la lluvia sigue caminos muy diferentes. Una parte cae sobre las hojas de las plantas y retorna evaporada a la atmósfera; es lo que se denomina “interceptación” del agua.

Otra parte va al suelo y es absorbida por las raíces de las plantas, pasando a su estructura orgánica. Parte de esta agua se devuelve a la atmósfera en forma de vapor; es la “transpiración” vegetal, que es muy diversa en función del tipo de vegetal. Por efecto del calor, una parte del agua del suelo retorna también a la atmósfera; es lo que se denomina “evaporación”.

La suma de la transpiración de las plantas y la evaporación del agua del suelo da lo que se denomina “evapotranspiración”, un factor clave en hidrología y que es fundamental en el equilibrio medioambiental.

El agua de lluvia que no se devuelve a la atmósfera sigue dos caminos: una parte fluye por la superficie del suelo y pasa a cuerpos de agua superficiales como ríos, lagos y estanques, formando la “escorrentía”; otra cantidad de agua se filtra en el suelo y pasa a la capa freática y los acuíferos configurando el “agua subterránea”. Conocer la evolución de la escorrentía y del agua subterránea es decisivo para combatir la sequía hidrológica.

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El agua de la lluvia sigue caminos muy diferentes. Una parte cae sobre las hojas de las plantas y retorna evaporada a la atmósfera. © Imagen de freepik

Atentos al riego

La agricultura se lleva alrededor del 80% del uso de agua dulce de la Tierra. El riego es pues una de las variables más determinantes en la gestión de la sequía hidrológica. Aplicar los conocimientos del ciclo hidrológico desvela procesos no siempre evidentes, pero la crisis climática está favoreciendo su divulgación.

Cuando regamos un cultivo, una parte del agua se evapora en el propio proceso. La técnica de aspersión es generalmente la que más evaporación provoca, y la de aplicación en la base de la raíz, la que menos. Al llegar al suelo el agua sigue los procesos antes descritos. Si el terreno está debidamente preparado para el cultivo, prácticamente no hay escorrentía y casi la totalidad del agua se filtra por el suelo. La parte del agua que absorbe las raíces de las plantas define generalmente la “eficiencia” del riego: un riego es más eficiente cuanta más agua aprovechan las plantas. El agua que no absorben las raíces va a la capa freática y a los acuíferos, continuando el ciclo hidrológico normal.

Los beneficios del riego super localizado, como el goteo, son evidentes: ahorro de agua, mejora de los rendimientos de los cultivos, menos uso de fertilizantes, mejoría de la resistencia contra plagas y ahorro de energía en el bombeo, entre otras muchas. Sin embargo, hay que tener en cuenta todos los factores del ciclo hidrológico para que la eficiencia en el riego se convierta en una herramienta eficaz para combatir las crisis hídricas.

Con los sistemas antiguos de riego, como el de inundación por gravedad, buena parte del agua se filtra hacia el subsuelo, retornando a los acuíferos; en los sistemas super localizados, como el goteo, el flujo subterráneo disminuye drásticamente. No es un problema, si este ahorro en agua permite que no se sobreexplote el acuífero. De hecho, la mejora en eficiencia en el riego ha permitido erradicar la pobreza y detener la sobreexplotación del agua subterránea en zonas en las que los agricultores se encontraban con los pozos secos. En el proyecto que desarrollamos en India puede verse un buen ejemplo.

Sin embargo, en los casos de agricultura intensiva, comunes en los países industrializados, el excesivo foco en las ganancias económicas hace que el ahorro de agua provoque la ampliación de los cultivos en aras de un incremento de la productividad. Si antes se regaba, por ejemplo, con 10.000 m3, y las técnicas eficientes permiten ahorrar 4.000 m3, hay un claro beneficio para el agua subterránea y se combate la sequía hidrológica; pero si el aumento de eficiencia hace que se sigan usando los 10.000 m3 para regar más, se sigue sobreexplotando el recurso y, si hay sequía hidrológica, esta continúa inexorable. En otros términos, estas prácticas hipotecan el capital natural hidrológico y hacen que éste se devalúe cada vez más.

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La agricultura se lleva alrededor del 80% del uso de agua dulce de la Tierra. El riego es pues una de las variables más determinantes en la gestión de la sequía hidrológica. © Imagen de nuraghies en Freepik

Ser conscientes de la escala de tiempo

La gestión de los acuíferos es imprescindible para la seguridad hídrica planetaria y es el factor más importante para luchar contra la sequía hidrológica y para cualquier plan de adaptación a las crisis climáticas. La sequía meteorológica y la hidrológica tienen escalas de tiempo distintas. La de la hidrológica es mucho más lenta: hay acuíferos que guardan agua milenaria, y hace años que hemos alterado su ritmo de recarga. Por otra parte, la lucha contra la sequía meteorológica se proyecta a largo plazo: reducir las emisiones de gases; sin embargo, contra la sequía hidrológica, la buena gestión de los recursos nos proporciona beneficios inmediatos.

Las previsiones del IPCC, que se están cumpliendo, señalan que la sequías meteorológicas aumentarán irremediablemente si no detenemos el calentamiento global atmosférico. Es urgente priorizar la gestión integrada de los recursos hídricos, más allá de los enfoques tradicionales, para minimizar las sequías hidrológicas.