Refugiados y estrés hídrico, un binomio intolerable

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La guerra de Siria ha transformado el valle del Bekaa en Líbano. La fértil depresión se ha convertido en refugio de los horrores y desolación de la guerra. El proyecto de la Fundación, que lleva saneamiento a las escuelas de la región, desvela que, aún siendo uno de los países que sufre una mayor escasez de agua en el mundo, ha acogido a más de un millón de refugiados durante los últimos siete años.

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Según ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados), en marzo de 2018 había 991.165 refugiados sirios registrados en el Líbano. De ellos 357.592 se hallaban en el valle del Bekaa. El 28,7% de ellos son niños y adolescentes menores de 18 años, y el 26,4 % féminas de la misma edad. ACNUR estima que otro medio millón de refugiados permanece en el país sin un determinado estatus, por lo que configuran una población estadísticamente invisible.

Muchos de ellos han llegado a pie, atravesando las montañas de la frontera al noreste del país, a través de las cuales se accede al valle del Bekaa. Esta ha sido hasta ahora la puerta de escape hacia la libertad de la mayoría de los sirios refugiados en el Líbano desde que estallara la guerra civil en Siria a principios de 2011. Estos se han sumado a los más de 650.000 refugiados palestinos que están en el país desde hace décadas, por lo que Líbano se ha convertido en el país con la mayor concentración per cápita de refugiados del mundo.

Estrés hídrico con infraestructuras al límite

La presión demográfica de este flujo migratorio ha aumentado considerablemente el estrés hídrico, en zonas ya endémicamente deficitarias en instalaciones de suministro y saneamiento. En el valle del Bekaa, antes de la crisis siria, los recursos hídricos superficiales y subterráneos ya estaban en gran parte sobreexplotados, y más del 50% de la red de suministro había sobrepasado su vida útil, alcanzando una tasa de ANR (Agua no Registrada, la que se pierde en el suministro) un 13% superior al promedio mundial. En la actualidad sólo el 36% de la población, independientemente de su nacionalidad, está utilizando servicios de agua potable administrados con seguridad. Un ejemplo de la magnitud del estrés demográfico es el de Arsal, una ciudad con una población de 40.000 habitantes, que ha recibido alrededor de 120.000 desplazados sirios.

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La crisis es de primera magnitud. A la falta de recursos hídricos se suman las carencias de asistencia inmediata hacia los refugiados, lo que ha provocado un deterioro significativo de las condiciones de vida y de la cohesión social que está afectando tanto a los propios refugiados como a las poblaciones de acogida, aumentando notablemente la vulnerabilidad ante cualquier riesgo medioambiental y de salud pública.

Las escuelas, el eje de la ayuda

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A pesar de los esfuerzos realizados para avanzar hacia una respuesta más orientada a la estabilización, las necesidades humanitarias básicas siguen siendo extraordinarias. Y uno de los aspectos más dramáticos es el de las escuelas.

Las escuelas públicas en Líbano dependen principalmente de redes de canalización (67%) y aguas subterráneas (18%) como fuentes de agua potable, las restantes opciones son tanques que se rellenan con aljibes, agua embotellada y agua superficial. El suministro de agua a través de redes municipales se interrumpe periódicamente, lo que implica que las escuelas deben tener fuentes alternativas y un alto riesgo de contaminación. Además, hay que tener en cuenta que en muchos casos las aguas subterráneas están ya contaminadas, ya sea a causa de tanques sépticos no seguros o por infiltración de agua salada por sobreexplotación de los acuíferos. Por otra parte, el jabón está disponible en menos del 50% de las escuelas, lo que representa otro riesgo importante de transmisión de enfermedades diarreicas.

La crisis migratoria ha sometido estas precarias infraestructuras a un estrés que no pueden soportar: en 2018, un 50% de los estudiantes no son libaneses y la duplicación de los turnos docentes ha multiplicado las necesidades de efectividad en el suministro y el saneamiento.

La Fundación We Are Water colabora con Acción Contra el Hambre en un proyecto para ayudar tanto a los niños y niñas sirios, como a las comunidades de acogida para que sean capaces de satisfacer sus necesidades de agua y saneamiento en las escuelas, y puedan responder adecuadamente ante presentes y futuros impactos. En concreto, el proyecto contribuirá a la mejora y el acceso a los servicios de Agua y Saneamiento en la escuela Al Rafeed Intermediate School en Al Rafeed, en la región Central del Valle del Bekaa.

El proyecto muestra un modelo de referencia: reconstrucción de las conexiones del sistema de agua y de letrinas para los estudiantes y maestros; construcción de puntos de lavado de manos con drenaje adecuado cerca de cada letrina; planificación de actividades de promoción de buenos hábitos de higiene; y lo que es fundamental, la creación y apoyo de un Comité de Agua y Saneamiento dentro de la escuela, ya que la provisión de grifos, lavabos, inodoros y consumibles como el jabón no es suficiente para tener un impacto significativo en la ocurrencia de enfermedades relacionadas con el agua. Las campañas de promoción de la higiene, son fundamentales para lograr una mejora efectiva de la salud de los escolares.

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©Mohamed Azakir / World Bank

No dejemos a los desplazados atrás

Independientemente de la resolución de la guerra civil siria, un conflicto en el que todavía no se vislumbra una solución pacífica, el drama de los desplazados se escribe siempre en términos de falta de agua y saneamiento. Ya ocurrió con la guerra de Darfur (ver el proyecto de ayuda en los campos de refugiados del Chad) y seguirá ocurriendo con mayor gravedad si la mayor parte de los conflictos armados se desarrollan como está ocurriendo, en las zonas del mundo con mayor pobreza, aridez y vulnerabilidad climática. La comunidad internacional debe redoblar esfuerzos para evitar que esto ocurra y el lema del próximo Día Mundial del Agua, “No dejar a nadie atrás”, debe incidir de forma muy especial en la tragedia de los refugiados.

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©Oxfam Italia