El campo industrializado: más allá de la emisión de gases

La contaminación del agua por la agricultura y la ganadería intensivas tiene un alto coste sanitario y medioambiental. Es un problema de solución tan compleja como urgente. Tenemos que ser capaces de dar seguridad alimentaria a 8.000 millones sin deteriorar el medio ambiente. Un agua libre de contaminantes indicará que lo hemos conseguido.

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Hace unos 12.000 años, cuando el Homo sapiens empezó a sembrar semillas y a domesticar animales, se inició un lento e inexorable proceso de transformación del mundo. La especie humana comenzó a alterar la naturaleza para lograr alimento sin necesidad de desplazarse; la abundancia de calorías, obtenidas principalmente de los cereales, permitió crear las ciudades y las industrias artesanales, y la población comenzó a aumentar como nunca lo había hecho.

La agricultura y la ganadería han sido desde entonces las bases en las que se ha sustentado la supervivencia humana, pero con notables diferencias entre el mundo rico y el pobre. En el primero, la industrialización de los cultivos y la explotación del ganado ha sido imparables desde la Segunda Guerra Mundial. Los fertilizantes, insecticidas y piensos se hicieron pronto imprescindibles para sacar el máximo provecho económico a las explotaciones; por otra parte, la tecnificación permitió la creación de “macrogranjas”, unas instalaciones cuyo objetivo es el de producir la mayor cantidad de alimentos al mejor precio para competir en el mercado global.

La masiva industrialización del “campo” es un hecho que algunos científicos consideran uno de los marcadores del antropoceno, la era geológica caracterizada por la alteración que la humanidad ha causado en la Tierra.

 

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Tenemos que ser capaces de dar seguridad alimentaria a 8.000 millones sin deteriorar el medio ambiente. Un agua libre de contaminantes indicará que lo hemos conseguido. © NRCS Oregon

La lacra de los fertilizantes y plaguicidas

Según la FAO, la producción mundial de fertilizantes fosfatados y nitrogenados aumentó, de 51 millones de toneladas en 1961, a 187 millones en 2019. En la actualidad las tierras agrícolas reciben anualmente cerca de 115 millones de toneladas de fertilizantes nitrogenados inorgánicos. Alrededor del 20 % de ellos acaban acumulándose en los suelos y la biomasa, pasando a los cuerpos de agua mediante el riego, que es el mayor generador de aguas residuales del planeta, más que las ciudades y la industria. Se calcula que el 35 % de esta agua dulce contaminada por fertilizantes acaba en los océanos.

Por lo que respecta a los plaguicidas químicos, durante los últimos 50 años, el mercado creció de cerca de 900 millones anuales de USD a más de 35.000 millones. La FAO señala que más de 4,6 millones de toneladas de estos productos se vierten al medioambiente cada año. El 75% de este volumen proviene de los países desarrollados económicamente, pero los más pobres se llevan las peores consecuencias: el 99 % de las muertes debidas a la intoxicación por plaguicidas se dan entre los que menos recursos sanitarios tienen.

 

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La ganadería intensiva se ha extendido y está causando un alto grado de contaminación por purines, que son una mezcla líquida de excrementos y orina de los animales. © Annie Spratt – unsplash

El desarrollo ganadero, en el ojo del huracán

El crecimiento de la ganadería arroja también cifras espectaculares. El número de cabezas de ganado se ha más que triplicado en todo el mundo desde 1970: actualmente en la Tierra viven unos 25.000 millones de gallinas, 2.100 de bovinos y 950 millones de porcinos. Se estima que sólo el ganado bovino es responsable de alrededor del 14,5% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI) en todo el mundo: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N20).

La ganadería intensiva se ha extendido y está causando un alto grado de contaminación por purines, que son una mezcla líquida de excrementos y orina de los animales. Los purines son ricos en nutrientes, como el nitrógeno y el fósforo, pero al concentrarse en exceso, como ocurre en las macrogranjas, están causando daños sanitarios y medioambientales notables que afectan prácticamente a todos los cuerpos de agua. Las explotaciones porcinas son las que más cantidad de purines generan: dos metros cúbicos por cerdo al año, lo que supone en torno a sesenta millones anuales de toneladas.

De igual modo a lo que ocurre con los fertilizantes agrarios, la contaminación del agua por purines está actualmente mucho más extendida que la contaminación orgánica de las aguas negras provenientes de las áreas urbanas. Se trata de una contaminación que afecta a miles de millones de personas y genera enormes costes anuales.

Daños para la salud y para el medio acuático

Las aguas contaminadas por los purines aumentan el riesgo de enfermedades como la gastroenteritis, la fiebre tifoidea, la hepatitis y la leptospirosis y también pueden ser cancerígenas. La OMS recomienda no consumir agua que contenga más de 25 miligramos de nitratos por litro. Por otra parte, la orina de los animales excreta también los antibióticos, vacunas y hormonas del crecimiento que se les administran sistemáticamente; así, estos productos pasan a formar parte de los denominados contaminantes emergentes que están presentes cada vez más en el agua usada para el consumo.

La eutrofización es la alteración más significativa que causan la agricultura y ganadería intensivas en el medio ambiente. Es un proceso por el que los nitratos y fosfatos, provenientes de los fertilizantes y aguas negras, abonan las algas y el fitoplancton; estos se reproducen de forma descontrolada, desequilibrando los ecosistemas receptores. Lo peor viene cuando las algas y plantas mueren en áreas donde el agua se regenera poco, ya que, al descomponerse, generan zonas sin oxígeno (hipoxia) donde la vida acuática no puede sobrevivir.

Un caso paradigmático del daño que puede llegar a causar la eutrofización es el de la manga del mar Menor, en el sudeste de España. Esta albufera, desde décadas una de las zonas acuáticas más degradadas por las prácticas agrícolas descontroladas, sufrió en octubre de 2019 un episodio de intensas lluvias que arrastraron a sus aguas entre 500 y 1.000 toneladas de nitratos y más de 100 de fosfatos. Tres semanas después tres toneladas de peces y todo tipo de crustáceos aparecieron muertos por falta de oxígeno.

La FAO estima que la hipoxia resultante de la eutrofización provocada por el hombre afecta un área de 240.000 km2 en todo el mundo, incluyendo 70.000 km2 de aguas continentales y 170.000 km2 de zonas costeras. La pesca artesanal de subsistencia, que practican alrededor de 40 millones de personas en todo el mundo está seriamente amenazada por este problema.

 

Más allá de la contaminación

Estos últimos años, la agricultura y, sobre todo, la ganadería intensivas han sido consideradas por las agencias de la ONU y las ONG como las prácticas más insostenibles, ya que, además de contaminar, dan pie a una gestión del suelo sometida a intereses económicos que en muchos casos están por encima de los derechos humanos. En muchos casos, afectan también a la forma en que se usa el suelo y, en consecuencia, inciden en la seguridad alimentaria de un mundo en el que ya somos 8.000 millones, y en que es urgente cuidar la subsistencia de los que padecen hambrunas, cada vez más amenazados por el abandono, la violencia y el cambio climático.

Son demasiados los casos en los que la expansión de la agricultura industrializada se ha realizado en detrimento de la agricultura ancestral en que se basaba la subsistencia de las comunidades locales. Es el caso de los cultivos de soja y aguacate que destruyen la sabana tropical del Brasil y desplazan a los indígenas; la obtención masiva del aceite de palma deforesta amplias zonas de Indonesia, Tailandia, Nigeria y Malasia; y la producción de caucho ha creado serias alteraciones en los ecosistemas de varios países de Asia, África y Latinoamérica. Todas ellas son también actividades económicas que frecuentemente esconden condiciones de trabajo abusivas y el uso ilegal de mano de obra infantil.

Por otro lado, la agricultura y la ganadería industrializadas forman parte de un mercado internacional que genera la mayor tasa de gasto de agua entre todas las actividades humanas: casi el 92% de la huella hídrica planetaria pertenece a la producción de alimentos; y los de origen animal están entre los que más agua consumen. Si consultas nuestra aplicación para móviles We Eat Water lo podrás comprobar. Cierta idea nos la puede dar el dato de que diez cerdos de ganadería intensiva consumen tanta agua como una persona.

 

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Mediante la adopción de técnicas agrícolas ancestrales y la educación, se evita la degradación del entorno y se facilita un crecimiento sostenible sin la invasión de los espacios naturales. © Fundación Vicente Ferrer

La soluciones son complejas y difíciles

El denso entretejido socioeconómico de los sistemas alimentarios es la causa de que encontrar soluciones efectivas y justas a los problemas que se generan sea quizá uno de los retos más difíciles a los que nos enfrentamos para crear un mundo “sostenible”.

Los esfuerzos de la gobernanza internacional se han multiplicado los últimos años. La Unión Europea es uno de los referentes con su Directiva sobre nitratos, que tiene por objeto proteger las aguas subterráneas y superficiales procedentes de fuentes agrarias y fomentar las buenas prácticas agrícolas.

Por otra parte, son cada vez más los informes científicos que sostienen la necesidad de una cambio dietético entre los consumidores de los países industrializados. Estos cambios tienen como denominador común la reducción del consumo de carne y en el fomento del consumo de productos de origen vegetal. Es una recomendación que ha generado una notable polémica, especialmente desde que, en la COP 25, el IPCC presentara su Informe especial sobre cambio climático y tierra. Es un documento que aboga por una “dieta equilibrada” a nivel global, para mitigar el calentamiento atmosférico, reducir la huella de carbono de la producción y comercio de los alimentos, y ganar suelo para otros usos no alimentarios.

La FAO sostiene que, más allá de los cambios dietéticos, es necesario abordar la contaminación agraria y ganadera de manera sistémica, actuando simultáneamente a varios niveles: mediante la implementación de medidas preventivas y correctivas adecuadas, el uso de tecnologías de tratamiento y el desarrollo de prácticas agrícolas sostenibles. Entre estas últimas, la agricultura regenerativa enfocada a construir y mantener la salud del suelo, la biodiversidad y el ecosistema, utilizando fertilizantes orgánicos y métodos de cultivo ancestrales, se plantea en su conjunto como la mejor opción. Nuestra experiencia en proyectos tanto en Nicaragua como en IndiaBolivia y Perú con el objetivo de la regeneración del suelo y del agua, así lo corrobora: mediante la adopción de técnicas agrícolas ancestrales y la educación, se evita la degradación del entorno y se facilita un crecimiento sostenible sin la invasión de los espacios naturales. Sí, es posible un cambio de rumbo. Un agua libre de fertilizantes y plaguicidas indicará que lo hemos conseguido.