Recuperemos el lenguaje del paisaje

Desde la revolución cognitiva, en su constante búsqueda de agua y alimento, el Homo sapiens se ha convertido en la especie hegemónica en la Tierra gracias a la observación e interpretación del paisaje. En un mundo cada vez más urbano, leer lo que nos dice la naturaleza es una habilidad que estamos perdiendo. En plena crisis climática y medioambiental, el aspecto del territorio nos lanza señales de un cambio preocupante. Deberíamos volver a aprender este lenguaje.

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El relieve de la superficie de la Tierra comenzó a configurarse desde el Eón Arcaico, que es el término con que los geólogos de refieren al periodo de la edad de nuestro planeta entre 4.000 y 2.500 millones de años antes de la época presente. Por aquel entonces, al enfriarse la corteza terrestre, comenzaron a formarse las rocas y las placas continentales. El movimiento de éstas, estudiado en la tectónica de placas, ha creado los continentes y las cadenas montañosas, levantando y desplazando la capa superficial de la Tierra en un proceso de miles de millones de años.

 

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El hielo de los glaciares ha cincelado la alta montaña; la escorrentía ha creado los ríos y los valles; y la humedad, cautiva en el suelo y el aire, ha determinado el manto verde que crece en el suelo. © Robert Bye-unsplash

El agua, la gran escultora

Esta gigantesca estructura geológica ha sido modificada por volcanes, terremotos y meteoritos, pero el principal escultor ha sido el agua. El hielo de los glaciares ha cincelado la alta montaña; la escorrentía ha creado los ríos y los valles; y la humedad, cautiva en el suelo y el aire, ha determinado el manto verde que crece en el suelo. Tanto los bosques tropicales, como la tundra, los pinares mediterráneos y los matorrales de las tierras semiáridas, deben su volumen y color al agua. Las costas han sido moldeadas por el oleaje y los sedimentos de los ríos, y la lluvia se ha aliado con el viento para erosionar las rocas más duras. Denominamos a la Tierra “planeta azul” porque el agua, observada masivamente en lagos, mares y océanos, es azul. El paisaje natural, tal como lo conocemos, ha sido creado principalmente por la acción del agua.

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Tanto los bosques tropicales, como la tundra, los pinares mediterráneos y los matorrales de las tierras semiáridas, deben su volumen y color al agua. © op23 – unsplash

Supervivencia y hegemonía del Homo sapiens

Saber interpretar el espectáculo visual de la naturaleza ha sido determinante en la evolución de la especie humana, sobre todo después de la aparición del lenguaje descriptivo, alrededor de 50.000 años atrás, cuando los cazadores-recolectores aprendieron a “leer” lo que veían y a transmitir la información a sus semejantes. Los hábitats de los animales estaban determinados por la flora, los cursos de agua, la pendiente de las laderas y un sinnúmero de pequeños detalles que los Homo sapiens aprendieron a detectar en las señales captadas de la naturaleza.

Dónde se podía encontrar agua estaba también apuntado en el paisaje. Los nómadas y pueblos, adaptados a la vida en el desierto, buscaban las palmeras de los oasis; la inclinación y extensión de las laderas de una vaguada permitía adivinar a los sedientos cazadores la presencia de un manantial; y la humedad del suelo aconsejaba la excavación de un pozo alrededor del que asentarse.

La mayor parte de este conocimiento se ha perdido en nuestros días. Tan sólo algunas comunidades de aborígenes australianos, los pastores sahelianos, los nómadas tuareg y los indígenas de las selvas tropicales guardan los últimos resquicios de este saber ancestral que permite encontrar agua en el desierto, predecir la estación lluviosa y mantener el ganado sano en las largas y duras trashumancias. Son habilidades que durante milenios han permitido a la especie humana sobrevivir y convertirse en la hegemónica en el planeta.

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Tan sólo algunas comunidades de aborígenes australianos, los pastores sahelianos, los nómadas tuareg y los indígenas de las selvas tropicales guardan los últimos resquicios de este saber ancestral que permite encontrar agua en el desierto, predecir la estación lluviosa y mantener el ganado sano en las largas y duras trashumancias. © Jyotirmoy Gupta – unsplash

Los cambios del paisaje ¿Un síntoma desapercibido?

En el antropoceno todo está cambiando. Con la urbanización masiva, las industrias y las grandes infraestructuras viarias iniciadas con la Revolución Industrial del siglo XIX, el paisaje cambió rápida y radicalmente en el mundo económicamente rico.

En el siglo XX, estos cambios se extendieron a la mayor parte de países y fueron espectaculares en las economías emergentes que, abocadas a un extractivismo desmedido, en pocas décadas cambiaron la fisonomía del entorno: grandes extensiones del manto vegetal desaparecidas, el curso de los ríos alterado, toneladas de residuos en el agua y la tierra, y masas ingentes de cemento, asfalto y hormigón han transformado radicalmente el paisaje. Según el banco Mundial, unos 4,5 millones de km2 están ocupados por la masa urbana que cubre lo que antaño eran principalmente bosques y campos, y también muchos lagos y ríos.

El cambio climático también se está haciendo notar en el paisaje. Las cicatrices que dejan los incendios forestales son quizá la expresión más abrupta, aunque existen señales más sutiles que, por pasar casi desapercibidas, indican mayores amenazas para nuestro inmediato futuro.

Se prevé que hacia 2050, por lo menos dos de cada tres personas vivirán en ciudades que serán cada vez mayores. La mayoría de estos habitantes urbanos no son conscientes de los cambios en la floración que se dan en campos y bosques, pero están afectando seriamente a la polinización y representan una amenaza para agricultura; también en las colinas mediterráneas, ligeros cambios en el verdor de los pinos o en el tono pardusco de las encinas que no han podido verdecer anuncian la muerte de muchos árboles por falta de agua; la desaparición de matorrales en la sabana africana está asociada a las sequías recurrentes que han sumido en la hambruna crónica a millones de campesinos africanos, quienes al parecer casi han sido los únicos en percibir las señales; los glaciares en retroceso sólo son observados por los lugareños alpinos; y muy pocos, más allá de los pescadores y e hidrólogos, tienen en cuenta los alarmantes arroyos secos en primavera. Son cambios en el paisaje que, desde la muralla de hormigón urbana, parecen lejanos.

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En pocas décadas cambiaron la fisonomía del entorno: grandes extensiones del manto vegetal desaparecidas, el curso de los ríos alterado, toneladas de residuos en el agua y la tierra, y masas ingentes de cemento, asfalto y hormigón han transformado radicalmente el paisaje. © Robert Bye – unsplash

Aprender el lenguaje de la vida

En la Edad Antigua y sobretodo en el Renacimiento, el paisaje adquirió también una vertiente estética. Para una buena parte de la población esta sigue siendo su única relación con la visión de la naturaleza. La cultura del paisaje y su relación con las ciencias naturales y sociales, es un aspecto casi olvidado en la vorágine tecnológica actual. Los ecólogos hacen un llamamiento a gobiernos e instituciones educativas para recuperarla, pues hay mucho conocimiento implícito en los cambios del paisaje que debemos observar y entender para sentirnos de nuevo parte de la naturaleza. Y esta es la mejor manera de sanarla.