El agua, otra víctima de la guerra

Está pasando otra vez. En Ucrania, la guerra vuelve a mostrar lo peor de la condición humana, el fracaso de una civilización que pretende conseguir logros humanitarios globales. Allí hemos iniciado dos proyectos para ayudar a las víctimas de otro episodio de locura humana. La solidaridad es la esperanza de los que sufren y de toda la humanidad que sufre con ellos. Ayúdanos a llevar agua a las víctimas.

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En el momento de escribir estas líneas, la ONU cifra en más de dos millones de personas los que han huido de Ucrania. Mientras, las poblaciones asediadas se multiplican y la población civil sufre bombardeos indiscriminados que destruyen los servicios básicos, incluyendo hospitales e instalaciones de suministro de electricidad y agua.

De continuar el conflicto, se estima que los refugiados puedan llegar a cinco millones. Según UNICEF 12 millones de personas se encuentran sin acceso a agua y 2,9 millones de niños y niñas necesitan servicios de protección inmediata. Los servicios e infraestructuras de agua, saneamiento e higiene centralizados y descentralizados, especialmente en el este de Ucrania, han resultado dañados, dejando más de un millón de hogares sin agua.

El espanto de la guerra deconstruye la idea que tenemos de la vulnerabilidad. Ocurre en todos los conflictos, especialmente en los modernos. Lo hemos visto recientemente en Siria, en Afganistán, en el Sudán, en el Congo… y ahora en Ucrania. La agresión militar se plantea selectiva, pero siempre acaba sin hacer distinciones entre cosas y personas. En las guerras modernas el “frente”, entendido como zona de combate, se suele diluir entre los núcleos de población, llegando siempre a la población civil. La muerte se impone universalizando la vulnerabilidad, un factor de riesgo que acaba de depender de los objetivos del agresor y se vuelve así incontrolable.

Es la máxima injusticia a la que pueden estar sometida la población civil, entre la que las mujeres, los niños y los ancianos acaban sufriendo la peor de las disyuntivas. Si permanecen en sus hogares, exponen sus vidas y sobreviven como pueden en un entorno que, a medida que es destruido, les deja sin alimentos, electricidad ni agua; si los abandonan, el desarraigo se une a la ruptura familiar, y el éxito de la penosa huida a una supervivencia incierta depende de la ayuda que puedan encontrar en el camino.

 

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En Ucrania, la guerra vuelve a mostrar lo peor de la condición humana. UNDP Ukraine. Durante los ataques, la población siente la violencia, en Bucha, Kyiv, Oblast. © Photo/ Oleksandr Ratushnyak / UNDP Ukraine

El horror de los que se quedan

En las guerras casi siempre acaban vulnerándose los protocolos de Convenios de Ginebra, el Estatuto de Roma (revocado por Rusia en 2016) y las resoluciones de la Asamblea de la ONU, que se acordaron para proteger a la población civil. Concretamente, el Artículo 52 del Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 reza así: “Se prohíbe atacar, destruir, sustraer o inutilizar los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego, con la intención deliberada de privar de esos bienes, por su valor como medios para asegurar la subsistencia, a la población civil o a la parte adversa, sea cual fuere el motivo, ya sea para hacer padecer hambre a las personas civiles, para provocar su desplazamiento, o con cualquier otro propósito”.

En Ucrania, la humanidad vuelve a vivir el horror de los ataques a civiles indefensos y la destrucción deliberada de las infraestructuras básicas para presionar a la población. Allí ya hace años que comenzó esta pesadilla en los conflictos armados permanentes con las guerrillas pro-rusas en las regiones del este (Donetsk y Lugansk). Este sufrimiento lo hemos visto recientemente en la guerra de Siria en la que amplias bolsas de población quedan atrapadas indefensas y alejadas de las organizaciones internacionales de ayuda; del mismo modo que lo vimos en Darfur, en Yemen y Sudán del Sur, y en la guerra mundial africana, también conocida como la guerra del coltán, que causó la muerte de unos 5,4 millones de personas, la mayoría de ellas por hambre y enfermedades infecciosas generadas principalmente por consumir agua superficial en mal estado.

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En Ucrania, la humanidad vuelve a vivir el horror de los ataques a civiles indefensos y la destrucción deliberada de las infraestructuras básicas para presionar a la población. © Photo/ Oleksandr Ratushnyak / UNDP Ukraine

El dolor de los desplazados

Agua es siempre lo primero que necesitan las víctimas de la perversidad de la guerra. Agua les falta a los que se quedan y agua necesitan los que huyen. El drama de la migración forzosa viene acompañado también de la urgente necesidad de saneamiento e higiene en los centros y campos de acogida. Nuestra experiencia lo corrobora. Uno de nuestros primeros proyectos, hace 11 años, fue el suministro de agua y la creación de infraestructuras de saneamiento y formación en higiene en los campos de refugiados del este del Chad. En la actualidad, aplicamos esta experiencia en el campo de refugiados de Nyabiheke, en Ruanda, donde estamos desarrollando un proyecto de ayuda con World Vision. Allí, de nuevo lo más urgente es mejorar el acceso a instalaciones de saneamiento e higiene adecuadas para que los habitantes puedan acceder a la salud y la dignidad.

Los desplazados no sólo huyen de guerras declaradas, sino que lo hacen de la violencia, la corrupción y la pobreza. Sus necesidades, sin embargo, acaban siendo las mismas: agua, saneamiento e higiene y alimentos. Lo hemos visto en drama migratorio, exacerbado durante la primera fase de la pandemia del coronavirus, en nuestros proyectos en la frontera de Tijuana, en México, en la frontera de Brasil con Venezuela, y en Malí.

Las comunidades de acogida sufren la presión del flujo migratorio y también necesitan ayuda. La guerra de Siria provocó un aluvión de desplazados en el Líbano. En nuestro proyecto en el Valle del Bekaa, se puso de manifiesto la importancia de planificar la acogida de refugiados – niños y niñas sirios en ese caso – en una zona en la que es estrés hídrico es endémico.

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En cada guerra hemos comprobado que la solidaridad es el recurso más poderoso para la paz. © EU Civil Protection and Humanitarian Aid

Nuevos proyectos en Ucrania

En el caso de Ucrania, la reacción internacional ha sido unánime y la ayuda se ha movilizado; pero nunca es suficiente, pues las necesidades vitales de los refugiados se multiplican a media que éstos se acumulan en los campos de acogida. Hemos iniciado allí dos nuevos proyectos con UNICEF para ayudar a las víctimas que permanecen en el interior del país y con World Vision a aquellos que huyen a Rumanía y Moldavia, donde a día de hoy ya han llegado respectivamente más de 57.000 y 103.000 personas buscando refugio. Lo que necesitan urgentemente es acceso al saneamiento y la higiene mediante letrinas seguras y lavabos, kits de higiene, con jabón, detergente, pañuelos desechables, pañales, compresas, pequeños botiquines de primeros auxilios y pasta y cepillo de dientes, además de tarjetas SIM prepagadas para que puedan contactar con sus familiares.

Además de muerte y sufrimiento, cada guerra trae pobreza, hambre, enfermedad, injusticia de género, falta de agua y saneamiento y destrucción del medio ambiente. Las guerras son lo peor de nuestra historia, el fracaso estrepitoso de una civilización que pretende alcanzar “objetivos de desarrollo sostenible”. Pero en cada guerra hemos comprobado que la solidaridad es el recurso más poderoso para la paz, y la base de nuestra esperanza para un futuro ético. Necesitamos la colaboración de todos no sólo para ayudar a los que sufren, sino para demostrar que hay algo que las armas no pueden vencer.

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Son ya millones los que han abandonado su hogar y 7,5 millones de niños y niñas están amenazados. © Estación de tren de Kiev. Photo/ Oleksandr Ratushnyak, UNDP Ukraine